Los selectos
Mas no desesperemos: el mismo día del emporcamiento del campus por los selectos, el muy Magnífico Sr. Rector don Angel Gabilondo tomaba posesión oficial de su cargo y prometía una Universidad del "atrevimiento". Estamos salvados.
Por enésima vez, el campus de la Universidad Autónoma de Madrid era una pocilga. Pero no había sido San Teleco, ni San Canuto, ni la Fiesta de la Primavera, de roturas y vomitonas fijas. Tan sólo, el día antes allí se habían desfogado los aspirantes a "selectos", es decir a galardonados con el fácil premio de pasar la Selectividad. Unas jornadas más tarde les darían por aprobados –les darán– los sempiternos ejercicios sobre la Generación del 27 y ellos seguirán escribiendo en los exámenes de la carrera "anézdotas" o "inverbes" y construyendo sus correos electrónicos –a los que denominan mails, de puro antiimperialistas que son– a base de frases truncas sin sujeto, verbo ni predicado claros, sin aburridas concordancias de género y número, sin mayúsculas ni puntuación: ¡es la revolución de los móviles, con sus secuelas inevitables de botellones y uso del coche de Mamá y el dinero de Papá siempre que cuadra! Mientras transitaba entre morenas de basura que apilaban los operarios (de continuo la misma historia: los siervos recogiendo la mierda que dejan los señoritos), contemplaba las innumerables papeleras y bidones existentes por el campus, vacíos o semivacíos. Había sucedido lo habitual: igual que en los botellones, la gracia consiste en tirar al suelo los detritos, potar a discreción y orinar en cualquier parte. Nada nuevo en un país en que el piso de bares, tabernas y cafeterías se alfombra primorosamente con cáscaras de mejillones, colillas y algún que otro gargajo, por aquello de conservar el recio e insobornable individualismo ibérico, cifra y bandera de nuestra gente, su máxima seña de identidad: hago lo que me da la gana y si molesto, mejor. Leyenda viva para un escudo de armas, si supieran lo que es eso.
No cabe duda de que el destrozo –¿irreparable?– infligido a la enseñanza por los gobiernos socialistas tiene mucho que ver en estas actitudes y conductas, mezcla y combinación eficaz de caprichos de niño mimado con la zafiedad ambiental del consumismo y con la desconsideración hacia los derechos del prójimo, tan cara a los españoles desde que tenemos memoria. La caída en picado de la exigencia académica y, por consiguiente, de conocimientos viene de ahí, pero eso no explica todo.
La falta de respeto a las instituciones y a las personas –incluso a uno mismo– no procede de la pésima Secundaria que nos aqueja, sino que es anterior a ella y sale de la sociedad misma. En nuestra opinión, es preciso invertir los términos: no es que la mala enseñanza propicie una mala educación, sino a la inversa. Una comunidad humana desmadrada, egoísta y cobarde produce unas instituciones educativas lamentables. Y entre los factores de ruptura de la convivencia y del espíritu de progreso mediante el estudio, se cuenta el sistema de enseñanza. Pero no es el único. Otros elementos intervienen en la formación (es un decir) de los jóvenes, por encima de la escuela o el instituto: la familia, el entorno sociocultural, las expectativas (ciertas o inciertas) que se ofrecen a los ojos del adolescente, la comercialización de todo (incluidos los sentimientos), las corrientes de la moda (pilotadas y explotadas por personas que no son en absoluto jóvenes); la adopción de modelos, en suma, con los cuales se identifica la personalidad del crío que crece y dentro de los cuales se siente seguro y aceptado por sus iguales. Si a esto agregamos la indiferencia, o la demagogia, de "autoridades" que nunca se mojan y huyen despavoridas ante la remota eventualidad de una posible –quizás, quién sabe– protesta juvenil, tendremos el panorama completo. Menos mal que a Rodríguez se le ha ocurrido otra genialidad: Educación para la Ciudadanía. Aleluya.
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