Abróchatelo o multa
El único propósito por el que el poder puede ejercerse con derecho sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada en contra de su voluntad es evitar que perjudique a otros. Su propio bien, ya sea físico o moral, no es justificación suficiente.
El secretario de transporte de Virginia envió una carta anunciando la campaña anual del estado "Abróchatelo o multa" del 22 de mayo hasta el 4 de junio. Respondí al secretario del transporte con mi propia carta que reza en parte:
Señor secretario: Esto es un ejemplo del desagradable abuso de poder del estado. Cada uno de nosotros es propiedad de sí mismo, y se deduce que deberíamos tener libertad para asumir riesgos con nuestra propia vida pero no con la de otros. Eso significa que es un uso legítimo del poder del estado obligar a que los coches tengan frenos que funcionen, porque si los frenos de mi coche funcionan pobremente, arriesgo las vidas de otros y no tengo derecho a hacerlo. Si no llevo un cinturón de seguridad arriesgo mi propia vida, lo que está dentro de mis derechos. En lo que respecta a su declaración 'La falta de uso del cinturón de seguridad es un problema de salud pública creciente... y también nos cuesta a todos miles de millones de dólares al año', no es un problema de libertad. Es un problema de socialismo. Ningún ser humano debería ser coaccionado por el estado a cargar el gasto médico, o cualquier otro gasto, de su compañero. En otras palabras, el uso por fuerza de una persona para servir a los propósitos de otra es moralmente ofensivo.
Mi carta continuaba para decir al secretario que llevo cinturón de seguridad personalmente siempre que conduzco; es una buena idea. Sin embargo, que algo sea una buena idea no se convierte necesariamente en la defensa de la obligación por el estado. Las justificaciones utilizadas por "Abróchalo o multa" proporcionan un patrón a seguir, y nos preparan, para otras formas de control gubernamental sobre nuestras vidas.
Por ejemplo, mi rutina semanal de ejercicio consiste en tres días de entrenamiento con pesas y tres días de entrenamiento aeróbico. Creo que es una buena idea. Al igual que el uso del cinturón de seguridad, el ejercicio regular prolonga la vida y reduce los costes sanitarios. He aquí mi pregunta a los funcionarios del gobierno y otros que me sancionan con la campaña "Abróchatelo o multa": ¿debe el gobierno obligar a hacer ejercicio a diario por los mismos motivos que cita para apoyar el uso obligatorio del cinturón de seguridad, a saber, que hacerlo salva vidas y ahorra miles de millones de dólares en gastos sanitarios?
Si aceptamos la noción de que el gobierno tiene que protegernos de nosotros mismos, estamos en un camino tremendamente peligroso. La obesidad es un factor importante de contribución a la hipertensión, las enfermedades coronarias y la diabetes, y no solamente lleva a muchas muertes prematuras, sino a miles de millones de dólares en gastos sanitarios. ¿Debe implementar el gobierno, dependiendo de la altura, el sexo y la edad de una persona, un límite calórico de 1400 a 2000 calorías? No existe absolutamente ningún motivo dietético para añadir sal a nuestra comida. El elevado consumo de sal puede llevar a una presión sanguínea elevada, lo que puede llevar a una angina, un ataque al corazón, osteoporosis o asma. ¿Debe el gobierno ilegalizar el añadir sal a la comida? Puede que piense que estas órdenes gubernamentales nunca podrían tener lugar, pero tenga presente que actualmente existen nutridos grupos presionando en favor de controles gubernamentales sobre cuánto y qué podemos comer.
Si se les da el poder para controlarnos, los funcionarios gubernamentales pronto se radicalizan. El año pasado, a las tropas del estado de Maryland se les equipó con gafas de visión nocturna, similares a las utilizadas por nuestros hombres de servicio en Irak, con el fin de atrapar a los conductores nocturnos que no llevasen cinturón de seguridad. Las tropas del estado de Maryland se jactaban de que sorprendieron a 44 conductores viajando sin abrochárselo al amparo de la oscuridad.
El filósofo John Stuart Mill, en su obra "Acerca de la libertad", lo expresaba mejor:
El único propósito por el que el poder puede ejercerse con derecho sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada en contra de su voluntad es evitar que perjudique a otros. Su propio bien, ya sea físico o moral, no es justificación suficiente. No puede ser obligado con legitimidad a hacer o abstenerse de hacerlo porque sea mejor para él, porque le haga más feliz, porque, en opinión de otros, le haga más sabio, o incluso acertado. Estos son buenos motivos para desafiarle, o razonar con él, o persuadirle, o increparle, pero no para obligarle o coaccionarle de alguna manera en caso de que obre de otro modo.
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