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José Vilas Nogueira

Rufianes y prostitutas

Por su parte, Joan Puig, diputado de ERC, proyecta su rufianismo también en la esfera privada. Ha anunciado que este verano volverá a asaltar la piscina de la casa que tiene el director de El Mundo en un lugar de la costa mallorquina.

Don Miguel de Cervantes y Saavedra fue un genio. Sin conocer a Arnaldo Otegi, a Joan Puig, ni a los socios del uno y el otro, acertó a escribir una "Comedia Famosa Intitulada El Rufián Dichoso". En plural habría de decirlo hoy.

En defecto de Cervantes, tenemos a Zapatero, niña complaciente, dotada con tan extraordinarias habilidades, que igual te hace un ars poetica que una crítica de la razón práctica. Posee esta criatura dos fabulosos atributos, uno atinente a su capacidad de conocimiento y otro a su sentimiento moral. En cuanto al primero, está dotada de un cerebro vacío, pero no es un cerebro vacío cualquiera. En constante prodigio, se llena con las palabras vacías, producidas por su propio vacío, permaneciendo lleno tan vacío como al principio. Cosa parecida acontece con su sentimiento moral; su razón desprovista de todo principio moral se rige sólo por la ocasional conveniencia. Sin embargo, nuevo prodigio, sus ocasionales conveniencias confluyen en constante objetivo, mantenerse a toda costa en el poder, que decir gobierno constituiría homenaje excesivo.

Uno más uno, más otro y el de más allá, abundamos en numerosos, e imperiosos, rufianes. Por definición, las prostitutas son más todavía. Pocos lugares y pocas épocas pueden ofrecer una sociedad más menesterosa moralmente. Claro que siempre hay optimistas. El Mundo abre edición con este titular: "El PSOE aventaja al PP en sólo 1,5 puntos" (subrayo yo). ¿Qué tendría que pasar para que se invirtiese la ventaja? Ni todo un ejército, creo yo, de ángeles, potestades y dominaciones podría conseguirlo.

Es el caso que mientras Otegi y compañía amenazan con retomar el crimen si no se accede, más pronto que tarde, a todas sus demandas; Zapatero se ejercita en su poética de imbécil para imbéciles; el taimado Rubalcaba aconseja no hablar en público, sino en privado, que siempre el secreto ha sido cómplice de la traición; Pepiño Blanco ladra; las artistas equivocan el destino de las rosas mortuorias y los medios de comunicación progubernamentales dan lecciones prácticas de deontología orwelliana. Un hombre justo, el juez Grande Marlaska, resiste el desafuero, pero ¿podrá resistir también las asechanzas del poder?

Por su parte, Joan Puig, diputado de ERC, proyecta su rufianismo también en la esfera privada. Ha anunciado que este verano volverá a asaltar la piscina de la casa que tiene el director de El Mundo en un lugar de la costa mallorquina. La hazaña de este almogávar de piscina a calzón quitado ha quedado impune de momento, pues por su condición de diputado sólo el Tribunal Supremo tiene fuero para actuar penalmente contra él, y eso si el Congreso accede al previo suplicatorio, que quizá entiendan sus señorías que tales ejercicios náuticos son saludable expresión de la libertad de los depositarios de la soberanía nacional. En cualquier caso, como las cosas de palacio van despacio y, con los actuales ocupantes, son de resolución incierta, ni juez grande ni chico, el pundonoroso diputado anunció ya su propósito de retornar este año con mucha más gente, incluido un eurodiputado, compañero de partido, que sería pena que la aventura quedase confinada a las limitadas fronteras del Estado español.

En este mundo feliz, los nacionalistas están muy contentos con el éxito del referéndum de secesión de Montenegro. Algunas gentes se han apresurado a responder que ni la situación del País Vasco ni la de Cataluña tienen nada que ver con la de aquella república balcánica. Estoy naturalmente de acuerdo. Pero, ya lo escribí alguna vez, lo que realmente me asombra de los nacionalistas catalanes y vascos y de la reacción del PSOE no es que se consideren, o se dejen de considerar, naciones aquellas regiones, ni que se postule, o se niegue, para ellas el derecho de autodeterminación. Lo que me asombra es la miseria moral de considerar portavoces legítimos de esas aspiraciones nacionalistas a criminales empedernidos, totalitarios descarados que ignoran ostensiblemente las limitaciones de la democracia, la separación de poderes y el gobierno constitucional, y el respeto de los derechos individuales.

Lo que me asombra y repugna no es la existencia de los rufianes, sino la complacencia de las prostitutas. Aunque la situación política sea muy diferente, la cobardía moral de nuestra sociedad evoca intensamente el clima social de la Alemania prehitleriana.

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