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Pablo Molina

El Tempranillo de los Andes

El enriquecimiento desaforado de una elite a costa del pueblo es la constante universal en la Historia del marxismo, a la que sus representantes contemporáneos no hacen sino rendir el debido tributo. El socialismo bien entendido empieza por uno mismo.

A Evo Morales, presidente boliviano por la gracia de Chávez, se le ve cada vez más suelto en las reuniones internacionales. Hace unos días rompió a azotar a ZP desde la tribuna del parlamento europeo –el deporte más practicado por los Jefes de Estado con los que España tiene algún trato– y parece que disfrutó mucho de la experiencia. Somos el sparring soñado por todos los dictadores de serie B; siempre dispuestos a recibir sus reprimendas con la mejor de las sonrisas (¡será por talante!).

Morales está sentando las bases de una gran carrera en el mundo de la política. Mucho se tienen que torcer las cosas para que en un par de legislaturas no alcance el objetivo final de todo gobernante marxista: aparecer en el top ten de la revista Forbes, al lado de Fidel. Mejor un par de puestos por debajo, por aquello de respetar la jerarquía. Llegado ese momento, los mismos giliprogres que le aplaudían a rabiar en Bruselas y los totalitarios occidentales de a pie, saldarán el expediente acusándolo de traidor a la causa revolucionaria. Nada más falso. Al contrario, el enriquecimiento desaforado de una elite a costa del pueblo es la constante universal en la Historia del marxismo, a la que sus representantes contemporáneos no hacen sino rendir el debido tributo. El socialismo bien entendido empieza por uno mismo.

La nacionalización de la producción gasística boliviana y la incautación de las inversiones de las compañías petroleras sigue el modelo Rumasa, que tantas satisfacciones proporcionó al primer gobierno socialista, sobre todo porque permitió a nuestros gobernantes ejercitar la virtud de la generosidad con los amigos más cercanos. En aquella ocasión, nuestro Tribunal Constitucional puntuó a los sociatas con un aprobado justito, porque aquel "to pal pueblo" guerrista acabó sonando más bien hipócrita, cuando al cabo de unos meses privatizaron de nuevo el global de la rapiña a través de acuerdos celebrados en yates de superlujo, mientras surcaban las cálidas aguas mediterráneas en proletaria singladura. Mas si el TC español tuviera que juzgar hoy el expolio cometido por el gobierno de Morales, probablemente le daría un notable alto, porque no se avizora en el horizonte ninguna señal de que el tempranillo andino vaya a soltar tan fácilmente el botín. Al contrario. Acabo de ver un vídeo de su vicepresidente, Álvaro García Linera, en el que anuncia la decisión de su gobierno de entregar a los campesinos alrededor de cuatro millones de hectáreas de tierra, "gratis total". No para que la exploten a escala individual, claro, que la gente le coge enseguida el gustillo a eso de la propiedad privada y luego hay que encarcelarla para quitarles el vicio. No. Se trata de entregar las tierras, en palabras del vicepresidente, a "las comunidades indígenas", evidentemente para su explotación en régimen colectivo.

Cuando el Ché Guevara, en su burricie, intentó hacer lo mismo en los albores de la revolución castrista, sus camaradas le hicieron desistir con un razonamiento tan sencillo que incluso alguien como él logró intelectualizar: Ningún campesino querría trabajar la tierra si no iba a poder disponer de sus frutos. Acabaron todos entre la cárcel y el paredón, a partes iguales. Es de esperar que los inditos del tempranillo andino tengan un destino más civilizado, aunque sólo sea para que el día de mañana puedan leer Forbes y ver a su líder junto al Sultán de Brunei. Con el jersey de Freddy Krugger, eso sí.

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