El vicio solitario
Los clichés sobre los internautas solitarios vienen de una época en la que la informática, el uso de los ordenadores, era cosa de pocas personas, de "iniciados", de seres con su propio lenguaje críptico, capaces de dialogar con el sonido del fax.
Es, sin duda, uno de los tópicos más arraigados acerca de Internet: sus usuarios son presas de una tremenda soledad y vacío, seres solitarios, con los ojos vidriosos de tantas horas de pantallas, inmersos en realidades paralelas fruto de su incapacidad para la relación social. Una incapacidad manifestada en forma de timidez congénita, que les hace buscar un refugio en las máquinas con el fin de poner remedio a su frustrante interacción con personas. Es el prototipo del geek, del nerd, de la persona que prefiere pasarse horas en una habitación con las persianas bajadas para evitar reflejos sobre la pantalla de su sacrosanto ordenador, en lugar de salir a dar un paseo por la calle en un día soleado y tomarse una cerveza en una terraza con unos amigos. No, los usuarios de Internet no toman cervezas en terrazas, ni salen a la calle en días soleados, ni mucho menos tienen amigos. Son seres taciturnos y antisociales, con dedos macilentos, piel con tonalidad verdosa, ojos enrojecidos y dudosa higiene personal. Hablamos de seres de marcada peligrosidad social, algunos de los cuales acaban algún día entrando en algún lugar lleno de pacíficos ciudadanos y emprendiéndola a tiros con todos ellos. Claro, no podía ser de otra manera, tras tantas horas y horas de videojuegos violentos...
El párrafo anterior, de acuerdo, es una exageración, una hipérbole. Sin embargo, muchos de sus matices están habitualmente presentes en la conversación en cuanto surgen comentarios acerca del uso de la tecnología. Son arquetipos omnipresentes, arraigados, difíciles de evitar. Si hablas de personas que ven películas en su casa, inmediatamente aparece un comentario de alguien que dice que no, que él prefiere salir a la calle, tomar una cerveza, ir al cine y relacionarse con sus amigos. Si hablas de videojuegos, el arquetipo de la violencia salta automáticamente, como un resorte… "no, eso de pasarse horas matando no puede traer nada bueno", como si no hubiera juegos de mucho éxito dedicados a la estrategia, a las carreras, al fútbol o incluso a las relaciones sociales. No importa. Surgen de manera casi automática las imágenes veladas de la matanza de trece personas en el Instituto Columbine de Littleton, Colorado, o del solitario asesino en serie dispuesto a saltar a la realidad en cualquier momento y causar una catástrofe de esas que salen en todos los titulares.
¿De dónde viene un conjunto tan fuerte de arquetipos y clichés? En primer lugar, de una época en la que la informática, el uso de los ordenadores, era cosa de pocas personas, de "iniciados", de seres con su propio lenguaje críptico, capaces de dialogar con el sonido del fax. Partiendo de la base de que incluso aquel cliché era ya de por sí un mito, ¿cabe pensar hoy, con los niveles de penetración del acceso a Internet próximos al 70% en países del norte de Europa, Corea o Estados Unidos, que semejante cantidad de millones de usuarios sigan siendo así de "raritos"? Si así fuese, esos países tendrían dinámicas sociales de lo más curiosas, ¿no? Sin embargo, parecen habitados por personas de todo tipo y condición, con los lógicos niveles de diversidad entre ellos. ¿Habrá gente rara entre tanto usuario de Internet? Sí, seguro, pero también hay gente rara entre los hinchas de los equipos de fútbol, los aficionados al ajedrez o los apasionados del surf, por poner simplemente tres ejemplos. Pero la mente humana tiene una inagotable tendencia al cliché, por lo que tiene de generalización, de simplificación de conclusiones, de fomento de la economía neuronal. Y así, seguimos.
En segundo lugar, está el cambio de la tecnología en sí misma: los ordenadores eran herramientas destinadas básicamente al trabajo individual. Herramientas de productividad capaces de hacer que una persona calculase mejor, escribiese textos más cómoda y eficientemente, o preparase presentaciones impactantes para comunicar sus ideas a una audiencia. El ordenador era una gran calculadora, un objeto para conseguir un fin, y una vez obtenido ese fin, dedicarle más tiempo era una cuestión reservada a los "raros", a personas que "no tenían otra cosa que hacer". Hoy en día, sin embargo, un ordenador es básicamente una ventana abierta al mundo, a todo tipo de contenidos y a todo tipo de personas, de relaciones a través de e-mail, mensajería instantánea, telefonía IP y teleconferencia. ¿Son antisociales las decenas de miles de jóvenes españoles que se arreglan varias horas antes de salir a la calle para ponerse delante de la cámara de su ordenador y conversar en MSN? A mí, la verdad, no me lo parece. Los veo muy lejos de los mencionados arquetipos. Es más, me parece un desarrollo fundamentalmente social, nunca lo contrario.
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