Ignacio Cosidó
Lo que está en juego
Mientas Rodríguez Zapatero no dañe de forma irreversible la estructura democrática de España, siempre será posible enderezar el rumbo de la Nación en las urnas
Vivimos momentos desconcertantes. El Congreso de los Diputados aprueba un proyecto de Estatuto para Cataluña que más que cambiar nuestro modelo de Estado amenaza con hacerlo sencillamente inviable. El presidente del Gobierno anuncia la apertura de una negociación con ETA otorgando a una organización terrorista como Batasuna una interlocución política. Nuestra política exterior se ha escorado hacia regímenes dictatoriales como Cuba, Venezuela o Siria, mientras se distancia cada vez más de las principales democracias del mundo como Estados Unidos. Las parejas homosexuales son consideradas ahora matrimonios y los padres pasan a ser considerados progenitor A y progenitor B. El Gobierno practica un intervencionismo cateto para interferir en los mercados y provoca un grave enfrentamiento con la Comisión Europea. Se mire por donde se mire la realidad de esta España de Zapatero, todo parece un inmenso despropósito.
Hay además la sensación de que algunos de los errores cometidos por este Gobierno son catastróficos e irreversibles. Resultan catastróficos porque atentan contra los pilares fundamentales de nuestra convivencia y nuestra democracia, como la familia, la Nación, la libertad o el mercado. Son irreversibles porque una vez consumadas reformas como la aprobación del nuevo Estatuto catalán no resultarán fáciles de retrotraer ni política ni jurídicamente.
La sociedad española asiste a estos acontecimientos entre complacida, indiferente o indignada. Los complacidos son quienes compensan con creces cualquier preocupación sobre el futuro con los beneficios del poder a corto plazo, complacencia que se transforma en regocijo en quienes tienen como objetivo la destrucción de España y ven cómo Rodríguez Zapatero hace realidad algunos de sus mejores sueños. Otros muchos, probablemente más de los diez millones de personas que el 14-M votaron al PP, observan la evolución de los acontecimientos con una inmensa preocupación que se transforma por momentos en una profunda indignación. Sin embargo, una gran mayoría asiste aún indiferente, atenazada entre el escepticismo y el hartazgo que provoca tanto mercadeo político y el disfrute de una prosperidad económica, heredada de los gobiernos de Aznar, que permite aún muchas alegrías.
El Partido Popular tiene ahora ante sí dos grandes desafíos. Por un lado, tiene que ser capaz de transformar la preocupación y la indignación que siente la inmensa mayoría de su base electoral no en una fuerza negativa de catastrofismo o revancha, sino en una fuerza positiva de ilusión y cambio. Mientas Rodríguez Zapatero no dañe de forma irreversible la estructura democrática de España, siempre será posible enderezar el rumbo de la Nación en las urnas.
El segundo desafío es explicar a esa mayoría de españoles indiferentes que lo que Rodríguez Zapatero está poniendo en juego es mucho más que el hecho de que gobierne un partido u otro, que haya una gestión mejor o peor o que las prioridades políticas se sitúen más en el crecimiento económico o en las prestaciones sociales. Por el contrario, lo que está en juego es nuestra propia convivencia, con una división social y una radicalización política que está socavando el pacto constituyente de 1978. Lo que está en juego es una realidad nacional española que tiene más de cinco siglos de historia a sus espaldas y que estamos liquidando de forma inconsciente. Lo que está en juego es un modelo de sociedad en el que los padres mantengan la libertad para elegir la formación de sus hijos y la enseñanza no sea un instrumento de adoctrinamiento político. Está en juego que los medios de comunicación puedan realizar su servicio a la sociedad sin censuras previas, los mercados puedan funcionar sin interferencias del poder político o que tengamos una justicia independiente y eficaz que garantice la igualdad de derechos de todos los españoles en todo el territorio nacional.
Todo eso y más es lo que está en juego y lo que desde el Partido Popular debemos saber explicar sin estridencias pero sin complejos. Una tarea que no resulta fácil, pero que es esencial para poder sortear el precipicio al que Rodríguez Zapatero conduce alegremente al conjunto de la Nación española. No es el momento para el desánimo o la desesperanza, sino para todo lo contrario.
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