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EDITORIAL

Dos años de radicales e insaciables compañías

Zapatero, más que a gobernar, se ha dedicado a socavar las reglas de juego y los pilares constitucionales que cualquier ejercicio de poder debería respetar

Mientras en el resto de democracias occidentales, los principales partidos políticos superan sus diferencias a la hora de combatir y marginar políticamente a formaciones radicales y antisistema, Zapatero ha tenido como principal aliado político, antes y después de llegar al Gobierno, a una formación separatista que, como ERC, tiene como ideario y principal objetivo político la destrucción de la unidad de la nación en la que su Carta Magna se fundamenta. En ningún otro país existe un gobierno cuyo principal aliado político considere la bandera de dicho país, "la bandera del enemigo", o que se dedique a arrancar las paginas de su Ley de Leyes, tal y como hacen las juventudes de ERC el Día de la Constitución.

Que un partido de esta naturaleza se reúna con una organización terrorista como ETA, tal y como Carod Rovira y los etarras han admitido por escrito haber hecho en pro de la "desestabilización del Estado español", constituye sin duda una infamia; pero una infamia, a la postre, comprensible, proviniendo de formaciones que comparten objetivos independentistas. Recuérdese que, para Carod Rovira, al igual que para ETA, "el derecho a la autodeterminación nacional es un derecho por el que, no sólo en Euskadi, sino también en los Països Catalans, mucha gente ha dado la vida y ha luchado con todas sus fuerzas".

Lo que no tiene explicación, salvo el nihilismo de supeditar cualquier principio y valor moral, político y jurídico a perpetuarse "como sea" en el poder, es que el gobierno de la nación se sume y promueva esa deriva radical, bien maquillada de talante, con tal de cerrar un frente anti PP.

Valga esta larga introducción para que tengamos presente, a la hora de hacer balance de lo que han sido estos dos años de gobierno de Zapatero, el célebre refrán del "dime con quien vas y te diré quien eres".

Pocas veces un gobierno ha tenido compañeros de viaje tan letales para la estabilidad y continuidad institucional del país, como los de José Luis Rodríguez Zapatero. Hasta tal punto es así, que Zapatero, más que a gobernar, se ha dedicado a socavar las reglas de juego y los pilares constitucionales que cualquier ejercicio de poder debería respetar. Y no hay ejemplo más significativo de todo ello que la ruptura del Pacto contra el terrorismo y el apoyo del Gobierno a estatutos soberanistas que suponen una reforma encubierta de la Constitución.

Aunque, en comparación con esto, palidezca el resto de las cuestiones, no podemos dejar de resaltar la lamentable pérdida de imagen en el exterior por culpa de un gobierno que, en el extranjero, también prefiere alinearse con regímenes de tanto "prestigio" como los que padecen Marruecos, Cuba, Venezuela o la Bolivia de Evo Morales.

Respecto al ámbito económico, lo mejor que podemos decir de este gobierno es que se ha limitado a vivir de las reformas y de las arcas llenas que dejó el PP. Por mucho que Solbes haya constituido un factor de moderación en el seno del gobierno, lo cierto es que no se ha emprendido una sola reforma para liberalizar los mercados y para dotar a nuestra economía de mayor competitividad.

No contento con poner en jaque a los Presupuestos del Estado con tal de satisfacer estatutos soberanistas, el Gobierno ha protagonizado uno de los más bochornosos capítulos, dentro y fuera de nuestras fronteras, con su descarado intervencionismo en pro de la OPA política contra Endesa.

En Educación, se ha padecido una involución que nos retrotrae a los tiempos de la Logse, mientras que en otras cuestiones sociales, como la necesaria protección de la familia, lo único de lo que ha sido capaz este gobierno ha sido la "hazaña" de considerar matrimonio a las parejas de derecho del mismo sexo, que ha llegado al lógico absurdo de pretender sustituir los conceptos de "padre" y "madre" por los de "progenitor A" y "progenitor B".

En definitiva, una auténtico balance negro de un gobierno que ha terminado por poner su legitimidad en el ejercicio del poder a la misma altura que su legitimidad de origen. Y eso, por mucho que algunos nos lo quieran maquillar con el poder anestésico de la propaganda o con el tranquilizante efecto de los ansiolíticos.

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