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EDITORIAL

Ciudadanos de Cataluña

La máxima aspiración del nacionalismo es la creación de un ejército de súbditos, mientras que las sociedades libres están constituidas por ciudadanos. Dos conceptos opuestos, que se refieren al estatus de la persona frente al Estado.

Cuando Josep Tarradellas regresó del exilio pronunció las palabras "ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí". De ellas han quedado impresas en el recuerdo colectivo las tres últimas, que no son las más interesantes. Las tres primeras, sin embargo, están llenas de contenido. En su conferencia del pasado jueves ante los medios en Madrid, Albert Boadella las recordó diciendo que el ex presidente de la Generalidad había distinguido entre ciudadanía y territorio; no se dirigió a ellos diciendo "catalanes". Estas tres palabras son las elegidas por un grupo de intelectuales y artistas, entre los que se cuenta el propio Boadella, para crear un nuevo partido, que se ha presentado este sábado en Barcelona. En su caso, es seguro que "Ciudadanos de Cataluña" no es una elección baladí.

Porque han hecho del concepto de ciudadanía el elemento integrador de su posición política. No sería suficiente como para presentar una alternativa en una situación normal, pero en Cataluña resulta serlo. Según ha expresado en su presentación en público Arcadi Espada, el reto del nuevo partido es "la expulsión del nacionalismo del espacio público". Y es que, con las diferencias que mantienen sus creadores, coinciden en el análisis de la crítica del nacionalismo. La máxima aspiración del nacionalismo es la creación de un ejército de súbditos, mientras que las sociedades libres están constituidas por ciudadanos. Dos conceptos opuestos, que se refieren al estatus de la persona frente al Estado.

La misma idea de oponerse al nacionalismo desde la política se ha convertido en todo un evento, en una rareza en Cataluña, lo que da una idea de su valor. El PSOE ha vendido a la izquierda no nacionalista a la corriente imperante, y el Partido Popular no acaba de atreverse a articular un discurso neta y claramente no nacionalista, ya sea por cálculos políticos, ya por cesión al discurso que se ha impuesto, desde la escuela a los medios de comunicación, como lo correcto políticamente. Y estamos a la espera de que la resolución y el desparpajo que han mostrado los populares en la expresión de sus ideas en su convención de este fin de semana se traslade también a Cataluña para pasarse sin ambages a la oposición al nacionalismo.

La cuestión es saber si los promotores de esta iniciativa estarán dispuestos a seguir la tarea que se han impuesto hasta sus últimas consecuencias. "El nacionalismo", ha dicho Espada, "es una obediencia a un ser superior"; pero ese ser superior es siempre el Estado. El Estado es el objetivo y el instrumento, el alimento y el aliado del nacionalismo, y oponerse a éste ha de llevar a hacerlo también a aquél. El adoctrinamiento es consustancial al control político de la educación, por poner un ejemplo. Y no está aún claro que vayan a apostar por un sistema más libre de educación frente al sistema público. Pero mientras se desgranan sus propuestas más concretas, habrá que seguir con interés este nuevo partido en Cataluña.

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