El odio de los liberticidas
Aunque me consta que jamás seremos capaces de odiar como odian Bonafini y Castro, eso no ha de impedir que luchemos por la libertad de nuestros hijos.
Hace dos días –antes de volver a dormitar bajo los efectos de la Levodopa– Fidel Castro insultó a Condolezza Rice. Según Esteban Dido,la norteamericana está loca. Poco después, Hebe de Bonafini acusó a las Damas de Blanco –madres, mujeres y hermanas de cientos de disidentes encarcelados– de estar al servicio del terrorismo estadounidense. No callan ni en Navidad. Tanto el Monstruo de Birán, como la que ya se postula como su viuda, odian todo tipo de celebraciones familiares. Y no es por melancolía. Es por el odio que explica su naturaleza. Si dejasen de odiar se morirían. Desprecian todo lo que no responda a lo que ellos entienden como poder. Cada día necesitan localizar a un nuevo enemigo al que han de aborrecer más allá de la muerte. Sólo así podrán vencerlo.
Y es que el rencor de los liberticidas es mucho más constante y más fuerte que el de los que se les enfrentan. También aquí. Un periodista español ha podido comprobarlo en los últimos meses. Son muchos los que nacen canallas y muy pocos los que renuncian a serlo. Antes al contrario, su rencor aumenta con los años. A nadie debe sorprender que en cuanto tengan oportunidad traten de saciarlo. No olvidan jamás. Y ahora creen –gracias al presidente por accidente– que ha llegado su hora. Quieren silenciar a Federico Jiménez Losantos porque pregunta por la masacre de Madrid, por el Carmelo y por el Estatuto de Cataluña. Cuantos más oyentes tenga, más grande será su odio.
Sólo viví 12 años bajo la tiranía castrista. Pero fue suficiente para aprender que la suerte de Federico es nuestra propia suerte. Si no queremos que a nuestros hijos los eduquen maestras que admiran a una anciana fascista que brindó con champán para celebrar en La Habana la voladura de las Torres Gemelas, si no estamos dispuestos a conformarnos con leer sólo alguna bazofia parecida al Granma, si no nos dormimos con las patrañas que nos han contado sobre el 11-M, si queremos vivir en libertad y poder llamar a las cosas por su nombre, tenemos que demostrarlo. No nos bastará con votar cada cuatro años.
En España están pasando cosas muy parecidas a las que pasaron en Cuba poco después de enero de 1959. Los liberticidas intentan –y de alguna manera lo han conseguido– silenciar a la sociedad civil. Lo demuestra la indiferencia generalizada ante todo lo que vamos sabiendo sobre el 11-M. También en la hoy isla de los cien mil presos, millones de cubanos miraron para otro sitio mientras Guevara y Raúl Castro fusilaban a mansalva en La Cabaña. Nadie preguntó. Luego vino lo que vino.
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