El origen de algunas frases hechas
Diego Saiz (New Jersey, Estados Unidos) se maravilla de la universalidad de la expresión “dar calabazas” para suspender en un examen o rechazar una proposición amorosa.
Luis Coleto Martínez anda intrigado con el dicho de “te voy a contar las cuatro edades del barquero”. Se le ocurre que pudiera tener alguna relación con el mítico Caronte, el que llevaba en su barco a las almas para el otro mundo.
El lingüista Luis Montoto y Rautenstrauch, en su célebre Un paquete de cartas, narra el origen del dicho: “decirle a uno las tres verdades del barquero”. Resumo el cuentecillo de donde procede. Érase un barquero muy humilde que se vio en el trance de tener que pasar de balde a un estudiante universitario [se supone que de Salamanca] de una a otra margen del río. Porfiaron hasta llegar al acuerdo de que el viaje sería gratis si el estudiante le dijera al barquero tres verdades que pudieran ser útiles. El avispado estudiante le espetó estas tres verdades después de haber sido transportado a la otra orilla: “(1) Pan duro, duro, más vale duro que ninguno. (2) Zapato malo, malo, más vale en el pie que no en la mano. (3) Si a todos les pasas como a mí, dime, barquero ¿qué haces aquí?”. Es decir, la verdad última era la que explicaba el escaso sentido del negocio que tenía el barquero.
Ese es el cuento original. José María Iribarren recoge las cuatro verdades del barquero (es decir de una persona corriente: hoy diríamos un taxista). Esta son: “(1) Quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro. (2) El que no está acostumbrado a bragas [ropa interior], las costuras le hacen llagas. (3) El pan duro, duro; vale más que ninguno. (4) El zapato, aunque malo, más vale en el pie que en la mano”. El último dicho aludía a caminar con los zapatos en la mano cuando el suelo estaba muy embarrado.
En definitiva, las “tres o las cuatro verdades del barquero” son las del saber pícaro y pragmático, las que se dicen al otro sin excesivos miramientos, aunque el interlocutor (el barquero) pueda molestarse por tanta franqueza. No parece que el dicho tenga mucho que ver con el barquero Caronte. Lo más propio sería decir “las verdades del estudiante de Salamanca”. Un detalle. En Salamanca había un puente sobre el Tormes; todavía existe. Pero el portazgo era todavía más caro que el estipendio que cobraba el barquero.
Diego Saiz (New Jersey, Estados Unidos) se maravilla de la universalidad de la expresión “dar calabazas” para suspender en un examen o rechazar una proposición amorosa. Don Diego aporta el testimonio de un amigo ucraniano que también emplea esa frase para señalar que los padres no dan el permiso para que se ennovie su hija. Es más, entregan una calabaza al pretendiente rechazado para que no siga adelante.
No es extraño que el signo de la calabaza haya penetrado en varios idiomas. En latín la cucúrbita o calabaza se ve como un símbolo de lo falso, flojo, con poca sustancia. En efecto, se trata de un fruto muy aparente pero poco denso y poco sabroso. Es más, en la vida tradicional se vaciaba fácilmente y se utilizaba como recipiente. En el castellano de la época del Quijote, la expresión “echar a uno calabaza es no responderle a lo que pide, como el galán que saca a la dama en el festín a bailar, y ella se excusa, dando a entender que [el mozo] es liviano y de poco seso, por querer que salga a danzar con él, no siendo o su igual o de su gusto, o que le dejó en vacío hecho calabaza” (Tesoro de Covarrubias).
Anouschka Orueta me plantea un montón de dudas sobre el idioma español. No sé si podré resolverlas, pero nos harán pensar a todos. “¿Por qué se dice estar más contento que unas castañuelas?”. Es evidente; la imagen habla por sí sola. El cante hondo es más bien lastimero, pero el repiqueteo de las castañuelas es la alegría misma. Doña Anouschka se pregunta igualmente por la lógica de “estar más contento que unas pascuas”. La pascua, para los judíos y los cristianos, es sinónimo de “fiesta”. Pascua es palabra griega y latina que procede del hebreo pesach (= paso, tránsito). Era la conmemoración de la salida de Egipto por parte de los israelitas. Huían de una matanza segura y se dirigían a la tierra prometida, el futuro Israel. También decimos en español hacer la pascua (= fastidiar; para los argentinos “joder”). Quizá se diga así por antífrasis, o acaso sea para indicar que se echa a perder la fiesta. Aunque yo creo que es el clásico ñoñismo. Se emplea la palabra sagrada “pascua” para no tener que decir “puñeta”, que es, a su vez, otro ñoñismo para evitar el enunciado de “puta”. La prueba es que la versión grosera y coloquial de “hacer la pascua” es “putear”. Todavía más expresivo es el dicho de “ir como puta por rastrojo”, esto es, agachada la pobre recogiendo las espigas que han ido dejando las hoces de los segadores (ahora la cosechadora). Recuérdese lo de “la segadora con su esportilla” de la zarzuela.
Otra frase que llama la atención a doña Anouschka: “Tener más sueño que un turronero”. La comparación es lógica. El turrón tiene que hacerse con almendra fresca (que se recoge en otoño) para consumirlo preferentemente en Navidades. Así pues, es un trabajo intenso de temporada. Solo se puede hacer quitando horas al sueño. Por otra parte, siempre han sido escasos los obradores de turrón. Es un trabajo duro y delicado a la vez.
Otra duda de doña Anouschka es por qué en español tenemos un doble signo de interrogación, para abrir (¿) y para cerrar (?) la frase. Ella misma sugiere la respuesta: “En español no se invierte el orden del sujeto y el verbo al hacer la pregunta, mientras que en francés y en inglés sí”. Por ejemplo, “has preparado la comida” y “¿has preparado la comida?”. En francés y en inglés se invierte ese orden: “have you prepared lunch?”, “as-tu preparé le reppas?”. A mi modo de ver, esa explicación resulta ingeniosa, pero es un tanto circular. Quiero decir que en español quizá no se invierta el orden del sujeto y el verbo al preguntar precisamente porque disponemos del doble signo interrogativo. Es lo del huevo y la gallina. Francamente, ignoro el capricho del doble signo de interrogación, ¡y de admiración! ¿No será un barroquismo más? Doña Anouschka tiene la misma duda, pues reconoce que en portugués y en italiano no se da la inversión dicha de sujeto y verbo, y sin embargo no necesitan el doble signo. Me reafirmo en la sospecha del barroquismo. Es lo que explica los giros de la doble negación: “No sé nada”. Por cierto en el inglés de los negros americanos se da esa misma figura barroca: “I don’t know nothing”. Resulta ilógico pero saleroso.
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