Ignacio Cosidó
La rebelión democrática
Ha llegado el momento de abandonar el discurso del desastre y articular un nuevo discurso de la esperanza. Ha llegado el momento de abandonar el derrotismo de lo inevitable y abanderar la estrategia de la rebelión democrática
Crece la inquietud ciudadana por la situación política de nuestro país. Muchos ciudadanos se preguntan atónitos a donde nos conduce un Presidente del Gobierno de España entregado a un grupo de independentistas radicales y dispuesto a negociar con una banda terrorista. La sensación de que se están dando pasos de muy difícil retorno hacia una ruptura de España es cada vez más latente en nuestra opinión pública. La sociedad se encuentra cada día más dividida, más crispada y más enfrentada.
Ante esta situación crece en muchos ciudadanos la desesperanza. No ven salida política a una situación en la que un Gobierno extraordinariamente débil y unos radicales absolutamente embravecidos gozan de una mayoría parlamentaria suficiente para seguir el proceso de desguace progresivo del Estado y de ruptura del consenso constitucional. Caminamos así de forma inexorable hacia el precipicio sin que nadie parezca tener la capacidad de detener la extraña alianza que nos conduce.
La mayor tristeza y la inmensa paradoja es que todo este proceso de destrucción de España se hace en contra de una gran mayoría de ciudadanos que sigue creyendo en este gran proyecto histórico y de futuro que constituye la nación española. Una mayoría de españoles que sigue creyendo en la democracia nacida de una transición política basada en la reconciliación nacional. Una mayoría social que se siente legítimamente orgullosa de los 25 años de prosperidad, de paz y de libertad que hemos gozado desde la aprobación de nuestra Constitución.
Ha llegado el momento de abandonar el discurso del desastre y articular un nuevo discurso de la esperanza. Ha llegado el momento de abandonar el derrotismo de lo inevitable y abanderar la estrategia de la rebelión democrática. Ha llegado el momento de dar un paso al frente y preguntarnos que podemos hacer cada uno de nosotros para superar la grave crisis en la que la extraña mezcla de irresponsables y temarios que nos gobierna ha situado a nuestro país.
No es suficiente ya con indignarnos cada mañana escuchando la radio o leyendo el periódico. No basta con desahogarnos en conversaciones de café. Es preciso superar la depresión colectiva que nos atenaza. No tenemos ya tiempo que perder porque habrá decisiones que sino irreversibles serán muy difíciles de rectificar en el futuro. Hay que tomar conciencia de la gravedad de la crisis que vivimos, pero no para hundirnos en la corriente de lo inevitable, sino para nadar, aunque sea contra corriente, por salvar todo aquello en lo que creemos.
Es el momento de asumir un compromiso político personal. En circunstancias de normalidad uno puede permitirse el lujo de delegar en otros la acción política. No es el caso en la actualidad. Es preciso articular políticamente esa gran mayoría de españoles que siguen creyendo en España y en su democracia para no ser derrotados por una minoría que no tiene otro objetivo que la destrucción de nuestro Estado y nuestra libertad. Eso es especialmente importante en comunidades como Cataluña o el País Vasco, donde la amenaza es más patente e intensa, pero es aplicable al conjunto del territorio nacional. Y en democracia el mejor modo de participar en política es afiliándose a un partido que defienda tus principios y tus ideas.
Hay que movilizarse socialmente. Hay que echarse a la calle cada vez que se produzca una nueva agresión a nuestra Nación, cada vez que roben una pieza más al engranaje del Estado, cada vez que nos violen un espacio de nuestra libertad. Como lo hemos hecho para resarcir la dignidad de las victimas del terrorismo, como lo hicimos para defender la unidad del Archivo de Salamanca, como lo hicimos para defender a la familia, como lo hemos hecho para defender la libertad de Enseñanza o la vigencia de la Constitución. El Gobierno tiene que ver y tiene que escuchar y tiene que sentir esa gran mayoría de españoles que no está dispuesta a contemplar pasivamente como se destruye España y como se ultrajan nuestras libertades.
Es el momento, por último, de construir una gran mayoría electoral dotada de la fuerza política suficiente para recomponer una situación que ha llegado ya demasiado lejos. En democracia sólo la fuerza de las urnas permite corregir el camino equivocado. En última instancia, es el puro egoísmo del poder lo único que parece interesar a nuestros actuales gobernantes. Hay que hacerles entender cuanto antes que el camino emprendido solo conduce a la más rotunda de sus derrotas. Porque somos muchos más los que creemos en España y en la Libertad que quines intentan destruirlas.
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