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Juan Carlos Girauta

Humanitarismo asimétrico

La superioridad ética, técnica y práctica de la democracia liberal que Estados Unidos trata de extender al planeta entero radica en su capacidad de absorber sus más abyectas excrecencias intelectuales

Un grupo terrorista iraquí ha secuestrado a cuatro occidentales que recogían pruebas de abusos estadounidenses en las cárceles del país. Ahora ya dispondrán, como mínimo, de pruebas testificales (las suyas propias) de cómo se conducen sus defendidos cuando no están entre rejas. Siempre y cuando sus defendidos/secuestradores los dejen con vida para que puedan algún día explicar su experiencia. El problema es que lo anterior sólo depende de la capacidad occidental –básicamente estadounidense– para liberarlos. Con toda seguridad, el aparato diplomático, militar y de inteligencia contra el que los secuestrados trabajan hará ímprobos esfuerzos para salvar sus vidas. Así podrán algún día reanudar su humanitarismo asimétrico.

Se trata del mismo sesgo moral que aqueja en Europa a la progresía en general y a la no progresía en particular cuando se trata, por ejemplo, de reaccionar contra las masacres, la violencia policial y las ejecuciones en China, donde a las familias de los diez mil fusilados anuales les cobran el precio de las balas utilizadas por los pelotones. Las torturas perpetradas por aquellos siniestros soldados americanos con sus perros, aun juzgadas y castigadas en su país, siguen indignando a nuestros medios, oenegés y nosequés; sin embargo, la reciente matanza policial en China con motivo de unas protestas y la subsiguiente compra de los cadáveres por las autoridades para eliminar toda evidencia, se olvidarán en un par de días porque no han suscitado reacción alguna.

A los medios occidentales –y no digamos a los orientales– tampoco parecen haberles conmovido gran cosa en su día las prácticas genocidas de Sadam. Haber aniquilado a miles de kurdos o haber perfeccionado los resortes de la crueldad en las celdas demenciales de sus innumerables palacios no fue óbice para que cantantes españoles posaran en Bagdad junto a su retrato en una de las numerosas campañas antiamericanas con que nos regala la gente buena, ni para que sensibilísimos analistas firmaran airadas columnas de condena por haberse difundido unas fotografías del tirano exhibiendo su dentadura ante un médico militar, ni para que un ramillete de orates togados denuncie no sé que irregularidades en su juicio.

La superioridad ética, técnica y práctica de la democracia liberal que Estados Unidos trata de extender al planeta entero radica en su capacidad de absorber sus más abyectas excrecencias intelectuales: la indignación hipócrita, el dedo acusador de una legión de afortunados que nacen –en democracia– con un patológico sentido de culpa y deciden consagrar su vida a contagiárselo a cualquiera que esté en su bando. Y a aquietarse ante cualquiera que no lo esté.

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