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Juan Carlos Girauta

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El CAC sólo conviene a quienes sueñan un espacio de impunidad para sus condonaciones, comisiones, convolutos y abusos

El viejo abismo entre la España real y la oficial pervive en Barcelona, que lo mantiene por si algún día un epígono de Machado presiente que una de las dos Cataluñas ha de helarte el corazón y un epígono de Joan Manuel Serrat quiere cantarlo. Tales seguidores aún no han nacido. A lo sumo, estarán siendo programados en un aula de inmersión neurolinguoemocional.
 
Sólo en un país cocido largamente en su propio jugo, endogámico y sedado a conciencia por televisiones públicas, diarios compradetes y emisoras sometidillas se concibe que una cosa como el CAC haga lo suyo (caca) sin que se organice un fenomenal escándalo. Aquí parece de lo más normal que un organismo envíe informes a empresas de comunicación, cite y valore frases pronunciadas por sus colaboradores, advierta de desviaciones en el ejercicio de la sagrada libertad de expresión y conceda plazos para presentar alegaciones. ¿Quién se han creído que son? La mera existencia del CAC es una agresión.
 
La libertad de expresión es inherente a la sociedad abierta y no admite más limitaciones o matices que la previsión de delitos como los de injurias y calumnias en el Código Penal. Cualquier intento de regularla por parte de las administraciones no sólo es inaceptable; es signo inequívoco de que la democracia está gravemente amenazada. Y exige una reacción de los afectados presentes y futuros. En el sucio y maloliente asunto CAC, los amenazados presentes somos todos los colaboradores de la COPE. En cuanto a los futuros, los cacos ya están apuntando a El Mundo y a Carlos Herrera.
 
Sería insensato que los discrepantes de la línea editorial de la COPE no se opusieran el cercenamiento de las libertades de sus adversarios. Sería no comprender que lo que está en juego es innegociable, que no tienen ninguna posibilidad de imponerse sobre la libertad, que no nos callaremos, que no renunciaremos a criticar al poder con claridad. Reflexionen: si se impusiera la filosofía del CAC, ningún medio de comunicación estaría seguro en Cataluña.
 
Siervos indignos, muchos callan ante la represión que un día puede girarse contra ellos. Comisarios políticos con sede en medios encabezan el linchamiento, preparan la atmósfera para que el tripartito se provea de razones antes del acto inadmisible que proyectan. ¿Qué enfermedad nos aqueja cuando los periodistas aplauden junto a los políticos revelando su unidad esencial? ¿Qué ética se ha impuesto para que la expectativa o mantenimiento de favores y subvenciones pueda más en las empresas que la independencia de criterio? El CAC sólo conviene a quienes sueñan un espacio de impunidad para sus condonaciones, comisiones, convolutos y abusos. El día menos pensado incluyen un nuevo derecho en el estatuto: el derecho a abusar del poder.

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