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Cristina Losada

Vomitar sin ira

Barrunto que a Guillén Cuervo lo que le resultaba vomitivo no era tanto la canción, como la mani de los que no piensan como ella. Vivir en democracia tiene ese inconveniente: hay otros, diferentes, contrarios y adversarios

La hija de dos grandes actores a los que aún tenemos en la retina los que de niños y adolescentes veíamos la televisión franquista, contaba este lunes en El Mundo que pudo atravesar sana y salva la manifestación contra la LOE. Me congratula que fuera así. Nunca se sabe cómo van a reaccionar unos manifestantes al paso de personas que no simpatizan con su causa. Hay automovilistas a los que agredieron en las manis contra la guerra para echar a Sadam y comercios que vieron destrozados sus escaparates. Hubo, incluso, sedes de un partido que fueron repetidamente atacadas en aquellas gloriosas acciones por la paz del mundo, que tanto apoyo concitaron de la farándula española. Como era por la paz, la violencia debía de estar justificada, y así no mereció condena alguna de los “pacifistas”.
 
La manifestación contra la LOE se presentaba pacífica, amable y festiva, pero Cayetana Guillén Cuervo percibió el peligro que latía tras aquella apariencia, en los corazones salvajes de los padres de familia, las monjas, los adolescentes barbilampiños y los niños afónicos. No hubo destrozos, ataques ni saqueos, los jardines quedaron intactos y la gente fue respetuosa, pero la masa cantaba Libertad sin ira, y eso mete más miedo que La Internacional y A las barricadas juntas. La actriz debió sentirse agredida y la canción que entonaban le resultó, por primera vez, dijo, “bastante vomitiva”. Qué curioso. A mí me ha pasado lo contrario.
 
El tema de Jarcha fue el himno oficioso de la Transición. Por entonces yo estaba en las magras filas antifranquistas, y para mí, como para otros muchos de aquella peña, que no éramos demócratas, sino comunistas, aquel estribillo era insoportable, pues renunciar a la ira suponía enterrar las posibilidades revolucionarias de la situación, con todo su cortejo de violencia. Pero el pueblo español no quiso hacernos caso y optó por el pacto, en lugar de librarse al pandemónium o a otra guerra civil.
 
Yo tardé en comprender que tenían razón los prudentes, y en hacer el tránsito de revolucionaria a demócrata. Ahora, algunos están haciendo una suerte de trayecto inverso. Los que completamos una particular transición, podemos utilizar como excusa a la dictadura, decir que fue ella la que nos hizo extremistas y coléricos. Las personas nacidas en democracia, como la actriz, que ahora recuperan la ira y reniegan de la Transición, no tienen disculpa. A menos que lo sean la ignorancia, la frivolidad moral, los intereses profesionales y el conformismo grupal, cóctel que les lleva a alinearse con quienes rescriben el pasado y violan el espíritu de la Constitución por un motivo nada idealista: el poder.
 
Barrunto que a Guillén Cuervo lo que le resultaba vomitivo no era tanto la canción, como la mani de los que no piensan como ella. Vivir en democracia tiene ese inconveniente: hay otros, diferentes, contrarios y adversarios. Y hasta pueden manifestarse. Como lo hicieron las víctimas del terrorismo que se congregaron ante la gala de los Premios Goya 2004. Pedían al cine español una declaración contra ETA. Las
celebrities la habían hecho contra la guerra de Irak, se habían erigido en voz de la conciencia social y en referentes éticos, pero a la hora de condenar a ETA, todo eran excusas. Puestos a sentir repugnancia, a mí me la provoca esa doble moral. Pero no vomitaré por ello. Eso se lo dejo a la actriz. Por su salud, que lo haga sin ira.

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