EDITORIAL
¿La hora de España en un Estatuto de autonomía?
si Rajoy ha brillado por su argumentación, Zapatero lo ha hecho por su palabrería hueca, que no ha hecho más que agravar la creciente desconfianza ciudadana en el presidente del Gobierno del 14-M
Tiempo habrá para analizar el compromiso de Mariano Rajoy de no "desentenderse del fraude" y de velar en el futuro porque ese compromiso suponga combatirlo sin verse involuntariamente implicado en él. Lo importante hoy es destacar el formidable e histórico discurso pronunciado por el líder del PP para desenmascarar ese no menos histórico engaño con el que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, trata de satisfacer las demandas de cambio constitucional de sus socios separatistas por la fraudulenta vía de una reforma estatutaria. El líder del PP, además de señalar la responsabilidad directa de Zapatero en "rescatar en Madrid un Estatuto anticonstitucional que en Barcelona zozobraba", ha puesto de relieve la incongruencia de los socialistas al admitir a trámite un "estatuto", en el que los propios socialistas reconocen unos rasgos de inconstitucionalidad equivalentes a los que sirvieron de base al PSOE para rechazar la admisión a trámite del Plan Ibarretxe.
El líder del PP, en esa línea, ha puesto de manifiesto que el "estatuto" no sólo proclama que Cataluña es una "nación", sino que esa rotunda falsedad histórica y anticonstitucional es sobre la que se edifica e impregna todo el articulado y la que hace del proyecto una clara muestra de "independentismo inconstitucional", tan poco enmendable y ajustable a nuestra Carta Magna como "tratar de hacerle la permanente a un puerco espín".
Siendo fiel a los procedimientos que exige el respeto a la ley y a la democracia, Rajoy ha señalado que son los redactores del proyecto los que tienen que cambiarlo, no el Parlamento ni el nada fiable "propósito de enmienda" anunciado por Zapatero.
Porque, ciertamente, si Rajoy ha brillado por su argumentación, Zapatero lo ha hecho por su palabrería hueca, que no ha hecho más que agravar la creciente desconfianza ciudadana en el presidente del Gobierno del 14-M, a la hora de frenar un desafío soberanista que, en realidad, sin él en la presidencia, no se hubiera admitido a trámite. Si el "propósito de enmienda" del presidente se reduce a sustituir el concepto de "nación" por el de "identidad nacional", y sus "fronteras rojas" son las engañosas vaguedades con las que trata de no perder el favor de los separatistas, ya podemos calibrar la credibilidad que puede ofrecer el PSOE a los españoles a la hora de adecuar el texto de marras a nuestra Carta Magna.
De los tres representantes que han acudido a presentar el proyecto soberanista, sólo podemos decir que han ofrecido lo que cabía esperar de ellos. Los tres pertenecen a tres formaciones que demasiadas veces han abogado por cambiar la Constitución como para que ahora nos hagan creer, en contra de lo que expresa el Estatuto escrito, que lo que defienden con tanto ardor es escrupulosamente constitucional y que, por tanto, el pueblo español no necesita pronunciarse sobre ello en unas elecciones anticipadas ni por vía de referéndum.
Mención especial merece la abyecta intervención de Duran i Lleida que, encima, ha tenido la desfachatez de disfrazar con pretenciosa "moderación". Por lo visto, es muy "moderado" arremeter contra la Iglesia y contra la libertad de expresión de los medios de comunicación; como lo es tildar de representantes franquistas a los que se opusieron a introducir en la Constitución la palabra "nación" para referirse a una parte de España como es Cataluña. Muy "moderado" ha sido también lo de reconocer que es la "hora de España" cuando, al tiempo, se niega a admitir que los españoles decidan directamente sobre el asunto por vía de referéndum.
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