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Enrique Dans

Vida real, vida virtual

¿Soy un raro? ¿Me ves como tal? ¿Crees que soy un enfermo o un adicto porque paso mucho tiempo en Internet? Si es así, a lo mejor el que tiene que preocuparse eres tú: mientras personas como yo disfrutan de dos vidas, tú sólo tienes acceso a una

Por suerte o por desgracia, soy una persona con doble vida. A mí, la verdad, me encanta, aunque uno nunca puede decir si le encanta porque de verdad es así o se trata de alguna variación más o menos virulenta del síndrome de Estocolmo. Pero el caso es que gran parte de mi vida habitual transcurre asomado a una pantalla de un ordenador, que no es más que una ventana, o en este caso más bien una puerta, que me permite salir a un universo de proporciones desmesuradas: la red. Desmesuradas, por supuesto, porque puestos a viajar, asumiendo una vida larga y sana, y dotándome del presupuesto adecuado, supongo que podría llegar un momento de mi vida en el que podría afirmar haber visitado todo el mundo, aunque fuese a veces en plan “si hoy es Martes, esto es Bélgica”. Sin embargo, necesitaría muchas vidas puestas una detrás de la otra para poder afirmar haber visitado toda la red, y posiblemente ni así: el ritmo de incorporación de nuevos conocimientos excedería seguro las posibilidades de un ser humano para visitarlos todos ellos. Es un universo completamente ilimitado, en el que tienen cabida todo tipo de cosas, y en el que desarrollo habitualmente una parte porcentualmente importantísima de mi trabajo, mi ocio, mis relaciones sociales y familiares, mis aficiones, mis pasiones y mis desvelos. Toda una vida.
 
Obviamente, no soy el único al que le pasa, aunque quizás si sea un caso relativamente extremo comparado con la media de la sociedad. Por supuesto, también tengo una “vida real”, que transcurre entrecruzada con la otra. Me gusta estar con mi familia, salir a la calle, correr, hacer ejercicio, salir a cenar, tomar unas copas, dar clases o conferencias, estar con amigos, hacer turismo, y mil cosas más que transcurren fuera de la red, en el mundo físico. Soy una persona –creo– relativamente normal en ese tipo de aspectos, llevo una vida razonablemente ordenada. Sin embargo, no puede obviarse el hecho de que yo, en realidad, no tengo una vida: tengo dos. Ambas son importantísimas para mí, no podría prescindir de ninguna de las dos, y además tengo la suerte de estar bastante contento con cualquiera de las dos, aunque por temporadas, como todo el mundo, puedan cualquiera de las dos tener sus correspondientes altibajos.
 
Lo que en una vida consiste en desplazarme a sitios, caminar, hablar, comer, beber, etc., en la otra tiene como constituyentes principales el navegar por contenidos, hacer clic en vínculos, abrir y cerrar ventanas, publicar, enviar y recibir mensajes y ficheros, jugar, teclear textos o hablar con personas. Las cosas que uso en mi vida real, como un automóvil, unos zapatos, unos cubiertos, un vaso, etc., pasan a ser en mi vida virtual cosas como un ratón, un teclado, una pantalla o un montón de conjuntos de software que desempeñan funciones diversas. Tengo relaciones en el mundo físico, y muchas de ellas se extienden al mundo virtual, y viceversa: tengo grandes amigos con los que mantengo conversaciones interesantísimas y a veces de gran profundidad a quienes nunca he tenido el placer de conocer en persona, y que, además, el día que los conoces o “desvirtualizas”, te encuentras con alguien delante que no se suele parecer a la imagen que esperabas o habías visto en una foto, pero con quien tienes de manera casi inmediata una confianza total y un flujo de conversación perfectamente anidado en la relación virtual.
 
Cada vida, por supuesto, tiene sus cosas. En mi vida real, por ejemplo, tengo que vestirme respetando determinados convencionalismos. En la virtual, es completamente indiferente lo que lleve puesto, como si quiero estar desnudo, pero pasa a ser muy importante lo que escribo, lo que digo y como lo digo. Los términos que decido utilizar en cada momento se apoyan, en una conversación real, en factores como los gestos, las inflexiones de voz, las posturas o las actitudes. En mi vida virtual, en cambio, hablar y ver es todavía algo menos habitual, mucha de la interacción se desarrolla en el medio escrito, y tengo que recurrir, y sólo en determinadas circunstancias a emoticonos, aclaraciones, uso de mayúsculas y minúsculas o manejo de determinados estilos establecidos. Por supuesto, conlleva sus habilidades, que intento ir desarrollando con el tiempo, como ocurre en mi vida real: al nacer, no sabía andar. Cuando empiezo en la red, tampoco sé navegar, buscar o escribir un comentario.
 
Ninguna de mis dos vidas anula a la otra, ni son compartimentos estancos entre sí. Más bien, salvo excepciones y períodos de mucho estrés, se complementan. Hay cosas que hago preferentemente en una, actividades que normalmente desarrollo en la otra, y un número creciente de acciones que tienen lugar en las dos. Mi ocio se reparte de manera relativamente balanceada entre físico y virtual, aunque algunas temporadas predomine uno más que el otro. Mi trabajo también: doy clases convencionales y clases en la red. Para mí, lo normal. Puestos a fastidiar, no sé si preferiría pasarme quince días encerrado en mi casa sin salir, o los mismos quince días sin tener acceso a Internet. No sé de cual de mis dos vidas podría prescindir mejor, porque ambas son muy importantes para mí.
 
¿Soy un raro? ¿Me ves como tal? ¿Crees que soy un enfermo o un adicto porque paso mucho tiempo en Internet? Si es así, a lo mejor el que tiene que preocuparse eres tú: mientras personas como yo disfrutan de dos vidas, tú sólo tienes acceso a una. Si no lo ves raro, y hasta te da un poco de sana envidia, vente… a este lado de la pantalla, en el mundo virtual, hay espacio y casa para todos.
 
(Dedicado al Día de Internet).

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