lo que necesita la escuela pública es que los profesores estén, como el que escribió el domingo esta carta, dispuestos a dejarse guiar por su sentido común
El domingo pasado el diario El País publicó la carta de un joven profesor de Música en la que denunciaba que la enseñanza secundaria se había venido abajo en los ocho años transcurridos entre el día que salió bachiller y este curso, en el que ha regresado a ella convertido en profesor.
La LOGSE empezó a implantarse, de forma general, hace nueve años, por tanto nuestro joven profesor tuvo la gran ventaja de pertenecer a una generación que todavía estudió una enseñanza secundaria no “comprensiva”, es decir ni obligatoria ni idéntica para todos. El deterioro de la enseñanza pública en los últimos ocho años tiene una explicación bastante sencilla: la implantación de una Ley de cuyas nefastas consecuencias ya advertimos algunos de los profesores que, cuando se elaboró, estábamos en las aulas.
El autor de la carta señalaba tres medidas que considera indispensables para recuperar la educación secundaria: primera, que los adolescentes que no quieran estudiar puedan iniciarse, antes de los 16 años, en el aprendizaje de un oficio; segunda, que los hijos de inmigrantes reciban las clases de español y recuperación académica que necesitan antes de incorporarse al curso que, por edad, les corresponde, y, tercera y última, que en nuestros centros escolares se enseñe a razonar, a escuchar, a esforzarse y a tener “buenos modales”.
Cualquiera que conozca el mundo de la educación y que no esté contagiado del sectarismo progresista suscribiría las palabras de este joven profesor de Música. Lo que necesita la escuela pública no lo vamos a encontrar en grandes congresos, ni gastando infinito dinero en especialistas en conflictos y en publicaciones que pocos leen, lo que necesita la escuela pública es que los profesores estén, como el que escribió el domingo esta carta, dispuestos a dejarse guiar por su sentido común. Pues lo que ha ocurrido con la educación, lo que nos ha sucedido a quienes elegimos la profesión de enseñar, es que un buen día, en nombre de no sé qué utopía igualitaria, unos sectarios oportunistas nos robaron la facultad de juzgar las cosas y de tomar decisiones escuchando la voz de nuestra razón e invocando al más puro sentido común.
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