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Agapito Maestre

Cartas públicas, privados intereses

Barroso se larga de La Moncloa para dedicarse a sus negocios. No es la primera vez que lo hace. El miedo es libre

Cuando un amigo te escribe, o lo hace por amor o por interés. Si es por amor, es un amigo; si es por interés, es un manipulador de la amistad. Si la carta es privada, guárdala bien, reléela y disfruta de su amistad. Si la epístola es pública, por ejemplo, publicada en un periódico, cuidado. ¡Examínala con atención, porque contiene toda la fragilidad de una relación fortuita: la amistad! En cualquier caso, si un amigo nos escribe, debemos contestarle inmediatamente. Si no lo hacemos, nuestra descortesía jamás será perdonada. Antes de ayer un político, un estalinista “afrancesado”, recibió varias cartas públicas. Una de ellas resultaba empalagosa. Era incomprensible para una mirada limpia de la política.
 
La carta-artículo cantaba su paso por La Moncloa, como si hubiera sido un dechado de virtudes. Alababa sin pudor alguno a uno de los peores secretarios de Estado de Comunicación de España. Daba, en fin, las gracias, al hombre que peor había tratado al grupo empresarial desde el que se le ensalzaba. ¡De locos! O, algo peor, se trata de aprovechados, listillos, sin escrúpulos, cuando el país está en la bancarrota democrática. No hablamos, pues, de vicios privados, sino de algo mucho más grave, de manipulación política por intereses privados.
 
Así las cosas, espero con impaciencia una rápida respuesta del alabado, porque si no lo hace, quizá, quede como lo que es, a saber, un controlador totalitario de los medios de comunicación en una España a la deriva. Si no contesta rápidamente a sus admiradores, que se las dan de liberales, anticastristas y no sé cuántas cosas más, quedará como lo que es, a saber, un comisario político del PSOE, que ha llenado las tertulias de algunas cadenas de radio de socialistas para que canten las imbecilidades que hace Zapatero. Si no contesta con celeridad a los halagos recibidos de supuestos adversarios políticos, quedará como lo que es, a saber, un ingrato, un desagradecido, que ha utilizado la política para medrar en el ámbito privado. Pronto, pues, veremos al personaje al frente de una gran productora de televisión, cercana a los socialistas, y dando trabajo, quizá, a algunos de sus cantores.
 
Barroso se larga de La Moncloa para dedicarse a sus negocios. No es la primera vez que lo hace. El miedo es libre. Estamos acostumbrados a ver socialistas medrosos que a las primeras dificultades sale huyendo. Recuerdan cuando el Cojo Manteca, líder estudiantil de los ochenta, asustaba al socialista Maravall por su maldita ley. Yo lo recuerdo muy bien. Entonces el actual dimisionario no fue capaz de aguantar la presión, y dejó el ministerio de Educación. Dejó solo al peor ministro de Educación que ha tenido España en su historia. Otras ratas también abandonaron aquel barco, pero ya no me interesan, porque no son nada. Ni citarlos merece la pena. ¡Pobre Maravall!
 
Ojalá que pronto y por el bien de España digamos: ¡Pobre Zapatero! Me temo, sin embargo, lo peor, porque Barroso se va de La Moncloa, pero, según sus palabras, seguirá asesorando “como amigo” a Zapatero. Terrible. Su influencia será incontrolable.

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