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Victor D. Hanson

Nuestro huracán mediático

¿Era mucho pedir que los periodistas mirasen retrospectivamente a la Historia para emitir un juicio sobre la recuperación contrastándolo con desastres anteriores dentro de Estados Unidos y en el extranjero?

¿Recuerda usted todo lo que se dijo acerca del huracán Katrina?
 
La destrucción era el resultado del calentamiento global. Y se empeoró por tener fuera demasiadas tropas en Irak. El racismo endémico y la descuidada legislación medioambiental han sido tan tóxicas como el torrente. Los activos militares no se utilizaron debido a la incompetencia o a la falta de compasión. Se acusó con cargos a la insensible y despiadada sociedad por el olvido de las víctimas.
 
Pero no se ha podido demostrar como concluyente absolutamente nada de este “análisis” improvisado.
 
Sí es cierto que el huracán Katrina nos mostró a funcionarios públicos de todos los niveles estupefactos, echando pestes y gritando. Su parálisis inicial puede que haya puesto en peligro algunas vidas.
 
Pero la cobertura mediática se convirtió en algo tan preocupante al igual que la calamidad natural y la ineptitud burocrática inicial; en ambos casos, la falsedad que difundió y la verdad que ignoró. Los comentaristas políticos resultaron más inquietantes, buscando convertir la muerte en ventaja política.
 
Se dieron poquísimos datos reales al público acerca de lo que realmente pasó entre aquellos que quedaron atrapados, muy especialmente sobre el infierno humano que tuvo lugar allí. La mayoría agradecería que les mostraran las evidencias antes de lanzar radicales análisis culturales de historias informadas a medias, que no fueron corroboradas porque simplemente o eran mentira o eran políticamente incorrectas.
 
¿Los cientos de policías de Nueva Orleáns –en total diferencia con sus homólogos de Nueva York el 11-S– fueron abandonando el trabajo o ni siquiera se presentaron a trabajar en medio de la crisis?
 
¿Las fuerzas de seguridad permitieron que la gente encaprichada quedarse y luego ignoraron a los saqueadores en el momento más peligroso, sólo para después desalojar a los supervivientes que trataban de reconstruir lo suyo cuando las aguas bajaron?
 
¿Y los saqueadores (que buscaban, ¿comida y ropa?) trataron en realidad de vandalizar el Museo del Día “D”, monumento nacional que sobrevivió a las aguas de la inundación?
 
Y muchas de las declaraciones histéricas hechas por funcionarios mal informados fueron difundidas como verdad bíblica y luego olvidadas en las ráfagas noticiosas 24 horas al día. Eso de “¡25.000 bolsas para cadáveres!” o “10.000 muertos” bajo los lodos de la sumergida ciudad fueron calladamente desbancados por informes de noticias basadas en hechos reales como que el aeropuerto abriría dentro de poco.
 
Ahora nos cuentan que Mardi Gras podría celebrarse según el calendario previsto. ¿Cómo puede haber semejante mejora radical en la zona cero, en una ciudad repleta de cadáveres que supuestamente no se podría recuperar en décadas?
 
La mayoría de la gente saca como conclusión propia, sin la ayuda de ninguna cabeza periodística parlante, que uno de los peores desastres naturales en la historia americana, primeramente dejó anonadados a los gobiernos locales, estatales y federales, después de mostrar lo peor de los políticos de Luisiana y que incitó al elemento criminal.
 
Pero pronto, muy pronto, hasta el mal preparado alcalde de Nueva Orleáns y el novato director de FEMA se encontraron con una cantidad inconmensurable de recursos a su disposición de una manera tal que ni se parecía a las que han habido en catástrofes con muchas más víctimas en otros lugares. ¿Nos acordamos de Francia cuando 15.000 olvidados ancianos murieron sin aire acondicionado en Agosto de 2003; el terremoto de Bam en Irán en Diciembre de 2003 con 40.000 personas que fueron aplastadas, muchas por estar en casas de deficiente calidad; o los más de 200.000 surasiáticos que murieron en diciembre de 2004 ahogados o enterrados sin aviso previo en un tsunami sin monitorizar?
 
Nueva Orleáns también expuso la miseria de una gran sustrato inferior necesitado de atención por el resto del país pero también de una auto-introspección radical.
 
Los clichés de los periodistas sobre la América “racista” no concordaban con la evidencia de sus propias filmaciones. Negros y blancos trabajaron juntos en Misisipí evitando así el caos social. Miles de millones en ayuda privada y pública manaron hacia Nueva Orleáns de parte de americanos preocupadísimos por sus compatriotas sin importarles el color.
 
Después del shock inicial, ese enorme socorro convirtió la catástrofe real en salvación: diques arreglados, miles de tropas en la calle, decenas de miles de autobuses fletados y llevados a buen puerto por todo el país.
 
Pero Nueva Orleáns también nos confirmó cómo unos enormes medios de comunicación, transmitiendo 24 horas al día, 7 días a la semana pueden crear y desinflar las controversias del día, desde los apuros en Aruba al circo de Cindy Sheehan.
 
Por eso, los informes sobre los muertos iban cambiando hora a hora, no por magnitud de docenas sino por miles. Mientras las alertas de noticias decían que
la sopa tóxica era casi letal por simple contacto, todos veíamos a los rescatadores vadeando en ella. Los periodistas nos aseguraban que el agua estancada sumergiría a la ciudad por meses y meses, a pesar de que las pantallas de televisión mostraban calles secas, con alumbrado público, torrentes de agua aspirados y charcos evaporándose bajo un sol de justicia.
 
Copiando el modelo iraquí, la única constante programada de los medios no era la asombrosa resistencia humana sino un exagerado pesimismo. Las correcciones posteriores y las rebajitas de tono casi nunca llegan a los titulares como tampoco borran sus escandalosos errores pasados.
 
A pesar de todos los esfuerzos mediáticos por convertir el desastre natural de Nueva Orleáns en una pesadilla racista, en el toque de defunción para uno u otro partido político o en una acusación de culpabilidad en general de la cultura americana; no pudieron porque no era nada de eso en absoluto. Más bien lo que sí tuvimos que aguantar fue a periodistas con mucha labia pero con muy pobre formación, preocupadísimos no con la verdad sino con ganar a sus rivales mediáticos con alguna noticia más histérica que la otra, todo envuelto en un contexto difuso de corrección política sobre las razas, el medioambiente y la guerra.
 
Dejemos que la morbosa CNN presente una demanda contra el gobierno para poder filmar todos los cadáveres hinchados que pueda encontrar. Dejemos que el canal público PBS siga presentando más programas de debate con las élites y sus caras largas intentando descubrir un supuesto racismo nacional. Pero son pocos ya los que confían en unos frenéticos medios de comunicación cuyos periodistas y comentaristas demuestran ser tan incompetentes como deshonestos una y otra vez.
 
¿Era mucho pedir que los periodistas mirasen retrospectivamente a la Historia para emitir un juicio sobre la recuperación contrastándolo con desastres anteriores dentro de Estados Unidos y en el extranjero? ¿No podrían haberse esforzado por dar datos con precisión en lugar de preocuparse por los índices de audiencia y por lo menos asegurarse que las imágenes que sus cámaras reflejaban no contradijesen sus propios guiones determinados de antemano?

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