Amando de Miguel
Las batallas regionales
Enrique me echa en cara que me identifique como castellano, siendo yo de Zamora. “Si no le supone demasiado esfuerzo le agradecería me dijera desde cuándo Zamora es Castilla”. Supongo que don Enrique es de León y se ha sentido ofendido por esta adscripción mía a Castilla. Ya sé que hubo un reino de León en el que quizá estuviera incluida la tierra que es hoy zamorana. Pero durante los últimos mil años, más o menos, las ciudades de Zamora, Toro o Benavente han sido territorios castellanos. Mis abuelos y mis padres siempre dijeron “nosotros los castellanos”. No había ningún desprecio por León. El antiguo reino se ha reducido a los límites de la provincia leonesa. Esa reducción no ningún demérito. Así que hay tanto leoneses como castellanos, pero una misma persona no puede ser leonesa y castellana. Lo que no tiene realidad es Castilla-León o castellano-leoneses, como a veces se dice. Ya sé que había una clasificación escolar con la “región de León”, que comprendía las provincias de León, Zamora y Salamanca, pero francamente yo no tengo ninguna vivencia de esa realidad. ¿Por qué no dejamos que la gente se sienta de uno u otro lugar como siempre se ha sentido? Si un valenciano dice que habla valenciano, pues valenciano será su idioma. Si un navarro dice que lo es, y no vasco, pues navarro ha de ser, aunque hable vascuence. Cuidado que es sencillo: que cada uno diga lo que es, lo que se siente.
Lo anterior enlaza con el comentario de Nacho García (Elda, Alicante). Nació en Valencia de padres asturianos y abuelos y bisabuelos gallegos, vascos, asturianos y castellanos. Por eso se sabe español muy identificado con Valencia y su lengua. Concluye: “Ese interés en llamar catalán al [idioma] valenciano entiendo que está fundamentado en un interés político. Si hablas catalán [en Valencia] eres catalán y de aquí a los imaginarios países catalanes solo hay un paso. Es algo parecido a Hitler y su anexión de Austria. Si hablas alemán, eres alemán. Y me llena de rabia”. Don Nacho me pide lecturas. De momento no se pierda un día LD.
Antonio Olea interviene en el comentario de Rosa Puertas. Sostiene don Antonio que en Galicia tiende a pronunciarse la G como J pero no al revés. Así, nunca gas será jax, ni las Rías Bajas serán Bagas. En cambio, relata una pelea vecinal entre gallegos. Llevados ante el juez, uno de los contendientes adujo que el otro “se quejaba”. Ante la cara de interrogación del juez, el paisano precisó que el vecino “se quejaba (= cagaba) en su padre”.
Demetrio Caballero certifica haber oído a un carpintero gallego que “la madera era de pino orejón”. El hombre quería decir que se trataba de “pino Oregón”.
J. A. Martínez Pons (Palma de Mallorca, Baleares) se refiere a su “lengua vernácula, el mallorquín”. Asegura que, aunque considerada como catalana, difiere más del catalán del Principado de lo que puede separar al español de Valladolid respecto al de México. Su observación es interesante: “Cuando yo era niño, en el colegio hablábamos castellano, [pero] en el recreo y en la calle, mallorquín. Ahora, cuando voy por mi tierra, y pese a que toda la rotulación urbana e interurbana está en catalá estandar (en una zona eminentemente turística, menudo acierto) y que en los colegio se pretende enseñar en esa jerga, ocurre a la inversa. En la calle se habla español, no solo entre los inmigrantes y sus hijos”. Pues vaya con la inmersión lingüística. Solo se puede lograr cerrando las fronteras, prescindiendo del turismo.
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