Cristina Losada
Solo para adultos
Y es que descubrieron algo insólito: que hay hombres malos. Hombres que roban, violan y saquean en cuanto desaparece la policía
No es prudente viajar con socialistas de pro. Cada uno sacará sus propias conclusiones, pero ésa es la primera que he extraído de la lectura del blog de la diputada del PSC que se quedó atrapada en Nueva Orleans, con su marido y su hijo, tras el paso del Katrina. Había azotado ya el huracán la ciudad, comenzaba a inundarse la urbe, la gente que aún no se había marchado ponía rumbo a cualquier otra parte, y nuestra diputada cuenta: “Teníamos miedo. Pero estábamos en un punto localizable y teníamos que consultar a nuestro gobierno antes de movernos”.
Vive Dios que eso es tener fe en el gobierno. Pues a fuer de esperar por la mano paternal, la diputada y su familia acabaron en el Centro de Convenciones, experiencia que convertida en serie de televisión llevaría, a la vieja usanza, dos rombos. Mientras que, cabe pensar, quien no hubiera tenido esa fe conmovedora, habría tratado de convencer, o de pagar, a alguno de los que salían de la ciudad para que le sacara de allí en su coche. Pero ese tipo de iniciativas son propias de globetrotters individualistas y no de creyentes en la omnipotencia de papá Estado. Hay ideologías que le dejan a uno inerme.
Ya en el pandemónium del Centro, sobre el que alguna responsabilidad tendrán las autoridades locales, que en su mayoría no eran blanquitos de Bush, la diputada se sorprendía de que los allí hacinados “no esperaban que el gobierno hiciera nada por ellos”. No recordaba que estaba en el país de Thoreau y de tantos que escapan del gobierno como de la peste. Y diagnosticó una carencia de crítica, que debía ser fruto de alguna sustancia que les ponían en el agua desde pequeños. Pues según los usos y costumbres del socialismo español, lo suyo hubiera sido que en medio del cacao se hiciera una sentada contra el gobierno. No arreglaría nada, pero dejaría constancia de la capacidad crítica esa. O una manifa, como las masivas que hubo en Barcelona, donde tal capacidad es notoria, a raíz del desastre del Carmelo. Por ejemplo.
Nuestros viajeros socialistas, a pesar de su ideología, no se sintieron a gusto entre la masa de desheredados con la que se vieron obligados a convivir. Nadie va a reprochárselo, pues ya no se pide coherencia en las latitudes de la izquierda. Pasar hambre, sed y no poder darse una ducha son privaciones excesivas. Y más, vérselas con delincuentes por muy víctimas de la sociedad que sean. Y es que descubrieron algo insólito: que hay hombres malos. Hombres que roban, violan y saquean en cuanto desaparece la policía. Y que se aprovechan de los demás. Aunque eso respondía al “capitalismo salvaje”, representado allí por una malvada multinacional: un hombre que vendía, muy cara, la comida que calentaba en un camping gas.
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