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Fernando R. Genovés

El gran atasco

De estar el Partido Popular en el Gobierno, volverían los meses terribles del “no a la guerra”, de los prestiges y los yaks, las huelgas generales y los asaltos a las sedes del PP, el “nunca más” y el “hay motivo”

La situación del Partido Popular de cara a este nuevo curso político es, ciertamente, bastante complicada. Transcurrido el primer periodo de la presente legislatura, su estado social y político en el conjunto de la Nación no es confortable ni alentador. No importan demasiado las encuestas y los barómetros demoscópicos ni la disposición de ánimo de muchos de sus cuadros políticos, militantes y simpatizantes: aquí el que no se consuela es porque no quiere. Y así, volvemos a escuchar estos días nuevas interpretaciones de paradójicos viejos diagnósticos: “la situación es desesperada pero no grave, de modo que no perdamos la esperanza”.

No basta, pues, con limitarse a lanzar arengas con las que levantar la moral de los derrotados, como de si un encuentro deportivo se tratase, o con elaborar un listado de propósitos de enmienda y planes para el futuro, según marcan la tradición y la rutina del calendario. Los últimos compases del mes de agosto, como cada fin de año, constituyen un periodo propicio para el ajuste de cuentas con el pasado y con el porvenir, sea para obligarse a aprender inglés de una vez por todas, para hacerse los chequeos médicos pospuestos por las vacaciones, sea para apuntarse al gimnasio, de este trimestre no pasa. La cosa es más seria que todo esto.

¿Por dónde marchar, entonces? ¿Qué camino tomar? ¿Qué estrategia seguir? Lejos de mi intención el decir al Partido Popular lo que debe hacer. No perderé mi tiempo ni el del lector en divertirme con ejercicios abstractos de funambulismo político, basculando entre los riesgos especulativos y las ventajas de ser optimista o pesimista. Tampoco manteniendo una proclama centrista sobre la cuerda floja con la que intentar satisfacer a todos y acabar no contentando a ninguno.

Vivimos en España un momento excepcional desde que entre el 11 de marzo y el 14 de marzo de 2004 se nos paró el corazón y con él, el reloj de nuestra historia. Desde aquellas jornadas funestas, el país todavía no se ha recuperado, porque ni se ha hecho justicia ni se ha restablecido el orden violentamente conculcado. Todo lo contrario: las facciones políticas en el poder no sólo no presentan el menor indicio de rectificación y moderación ni, por otra parte, puede esperarse de ellas portento semejante. Sus mayores esfuerzos se traducen en tapar las bocas que pueden hablar demasiado, en ocultar las pruebas que puedan incriminarles, en taponar todo amago de investigación que les salpique y en difamar e intimidar a los arrojados a la oposición hasta el punto de que ya nunca más puedan gobernar, ni proponérselo siquiera. Este es, me temo, el problema principal, y no otro, de la vida política española.

No sé exactamente qué debe hacerse, pero sí juzgo insensata la tentación de perseverar en un discurso político victimista y de lamentación perpetua. El más estéril e irritante de ellos es el que suele acompañar a los errores y resbalones del actual Ejecutivo: “qué pasaría si en lugar de los socialistas estuviesen en el Gobierno los populares”. Esta letanía, además de revelar una agotada melancolía au contraire, oculta un profundo miedo por lo que pueda venir que poco favorece la normalización política. Hay otras monsergas al respecto, no menos penosas: “¿dónde están ahora los que tanto protestaban y tanto se sublevaban cuando gobernaba el PP?”.

¿Pueden imaginarse ejemplos de dolientes recreaciones del pasado que envuelvan previsiones más angustiosas de futuro? De estar el Partido Popular en el Gobierno, pasaría que sencillamente no se le dejaría gobernar, que volverían los meses terribles del “no a la guerra”, de los prestiges y los yaks, las huelgas generales y los asaltos a las sedes del PP, el “nunca más” y el “hay motivo”, y, con estas gestas, aquellos a quienes ahora se echa de menos y entonces se echaría de más.

He aquí el sombrío telón que sirve de fondo a la travesía política del Partido Popular en la nueva temporada, y la profunda anomalía que ensombrece y ahoga la democracia española. Esta es la gran cuestión que mantiene atascada la situación política nacional: el gran atasco nacional. No se trata de que guste más o menos el volver hacia atrás y el recrearse en el estancamiento. Resulta que estamos necesariamente, desgraciadamente, fijados a aquellos días, mientras los culpables de la felonía no hayan rendido cuentas ante la Nación, no se haya repuesto el orden vulnerado y se den las plenas garantías democráticas de que lo sucedido no volverá a ocurrir. Este planteamiento es en verdad dramático, pero, precisamente por ello, también insoslayable: no es posible seguir adelante —pasar página, echar el cerrojo y a otra cosa— como si nada hubiese pasado.

No basta proclamar enfáticamente que hay que mirar al futuro y no al pasado, por la “dramática” circunstancia de que aquí ya nadie se mueve de su sitio, los puestos de Gobierno y oposición ya no son intercambiables y si alguna señal hay de signo contrario, se vuelve a las andadas. Con este chantaje y con esta amenaza sobre su cabeza, una democracia queda bloqueada y no puede avanzar. Y con esto, de poco sirve que el PP haga votos por hacer las cosas mejor al objeto de ganar las próximas elecciones.

No tengo todas las respuestas y prometí además al principio no decir a cada cual lo que debe hacer. Mas sí vislumbro algunos pasos sin los cuales creo muy difícil reemprender el camino. Para empezar, no resultarían fútiles ni gratuitos ciertos gestos por parte del Partido Socialista como condición para que el diálogo y el entendimiento políticos sean posibles. Por ejemplo, que, en señal de buena voluntad, se desprenda de inmediato de severos lastres que lo atan al pasado y mantienen en alto, en luz roja, en prevención, la coacción reactiva, a saber: las alianzas de poder con grupos incivilizados y extremistas y el retiro forzoso, no incentivado, de sujetos especialmente significados en el brusco cambio de régimen, aunque para ello haya que apuntar hacia altos puestos y cargos políticos.

Por lo que respecta al Partido Popular, creo no exagerar si digo que para ganarse la confianza de la población y volver al Gobierno, precisa, aparte de los votos necesarios que le permitan ocuparlo, de la voluntad y el coraje con los que, una vez en él, poder conservarlo. Para tal fin, nada mejor que hacerse respetar, defender los principios y valores que representa y no ser más hostil con los ideológicamente próximos que con los lejanos. He aquí, con todo, mis buenos deseos para el nuevo curso político.

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