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Agapito Maestre

La mentira nacionalista

Es un vulgar, acomplejado y triste nacionalista catalán, o sea, odia a España y a los españoles. Odia, pues, a sus propios progenitores.

Esta mañana tenía dos opciones muy claras. O seguir leyendo a Saul Bellow o escribir sobre el cúmulo de tópicos, algunos casi delictivos, de un artículo de Pascual Maragall aparecido el domingo en El País. Opté por la escritura para descargar el enfado producido por las mentiras de Maragall, un político muy localista, siempre menor, que ha hecho de la mentira un método para arrastrarse por la vida. Me refiero obviamente a Maragall concebido como hombre público; su vida privada no me interesa lo más mínimo. Pues bien, Maragall, como político, no ha hallado mejor manera de engañar a su elevado ego que engañarse a sí mismo sobre su condición de español. He ahí el paso ineludible, previo a cualquier otra consideración, para poder engañar a los demás. Es un mentiroso convulso. Le falta inteligencia para poner en movimiento un poco de la hipocresía, el cinismo y la arrogancia de sus mayores. Le falta la casta que alguna vez, muy pocas, exhibieron los nacionalistas de las provincias catalanas. Es un vulgar, acomplejado y triste nacionalista catalán, o sea, odia a España y a los españoles. Odia, pues, a sus propios progenitores.

A partir de ese odio, que trata de ocultar hablando de un falso enfrentamiento entre nacionalistas catalanes y españoles, todo le está permitido. Falso es, sin duda, el enfrentamiento, porque el nacionalismo español sólo existe en la mente perversa de Maragall que, como los otros nacionalistas catalanes, quieren imponer al resto de españoles, especialmente a los residentes en Cataluña, una nación al margen de España. Dos grandes mentiras derivan de esa perversidad política. Primera que gracias a la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña –dando por hecho lo que hoy por hoy es una quimera–, comenzará una nueva etapa de relaciones entre la nación catalana y el resto de España. Segundo, y siempre que se apruebe ese Estatuto, ETA dejará de matar gracias al acuerdo que conseguirá con el Gobierno socialista. Gracias, pues, al caso catalán, o mejor, al buen hacer de los catalanes con su nuevo Estatuto podrá resolverse el asunto vasco. Este planteamiento no es ya de cuento de la lechera, sino propio de un mentiroso convulso. La mentira es la divisa política de este individuo.

La inmoralidad de Maragall, sin embargo, no es manifiesta cuando miente sobre sí mismo, sino cuando juzga a los demás, a la humanidad en general, y a determinados actores históricos en particular. Entonces, cuando se disfraza de moralista, resulta tan patético como ridículo, pues que hay que ser muy obtuso para decir que el terrorismo de ETA, que una banda de criminales mate indiscriminadamente en toda España, está causado por la maldad de Franco, que en un Decreto de 1938, en plena guerra civil, suprimió los fueros de las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa. Y, por supuesto, porque se bombardeó Guernica. ¡Por favor, señor Maragall, un poco de piedad con la historia, aunque sospecho que usted no sabe lo que esa palabra lleva adentro! Pues que si usted supiera qué es la piedad, no osaría, como lo hace en su artículo, maniatar la memoria de las víctimas del terror. Sí, señor Maragall, usted, disfrazándose de Zapatero, propone que se elimine la sustancia moral y democrática de las víctimas del terrorismo para integrar a sus asesinos en la vida cotidiana. Más aún, usted estigmatiza la función política, genuinamente democrática de las víctimas del terrorismo, al igualarlos con sus asesinos. Nunca lo imaginé a usted tan inmoral como para escribir: “No digo que no tengan justificación las actitudes machaconas en contra de los que no proclaman diariamente su repugnancia frente al terror. Esas actitudes, que no comparto porque no bastan para vencer en la porfía, tienen una función. Que es la de vacunar a la sociedad contra el olvido –esa sinuosa amenaza-”. ¡Cuánta inmoralidad! Imagínese, o mejor, póngase en la piel de una víctima, de una madre que le hayan matado a su hijo, y dígale usted que olvide, porque la culpa es de la maldad del Decreto de Franco del 38... La inmoralidad de este hombre compite con su estulticia política.

Lo siento. Abandono mi tarea de comentarista. Vuelvo a Bellow para recuperarme de esta salvajada. Si consigo reponerme leyendo algo sobre la Gran Política de Strauss y Bloom, dos de los personajes centrales de la novela de Bellow, prometo volver sobre las mentiras de Maragall.

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