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José García Domínguez

Esquelas inquietantes

Así, resulta que, sin hacer ningún ruido, como quien la mata callando, en Casa Nostra acabamos hacernos con el record Guiness de la tasa de mortandad de políticos salpicados en asuntos turbios

Algunos de los que siempre habíamos sostenido que Cataluña no es una nación, empezamos ahora a dudar en privado de ésa que creíamos una de nuestras más sólidas convicciones. Y es que en los últimos tiempos, ha emergido en el Principado un genuino hecho diferencial, absolutamente irrebatible, que no soporta ni el contraste de la prueba del algodón, ni el de la campana de Gauss, ni siquiera el de la historia comparada de la medicina forense. Simplemente es único. E identificarlo está al alcance de cualquiera. Porque basta con repasar atentamente las secciones de esquelas del diario Avui y de La Vanguardia para empezar a sospechar que esto no es España; es más, que tampoco sería Europa en el caso de que Jean Monet no se hubiera compadecido de Sicilia el día que se le ocurrió imaginar el Mercado Común.
 
Así, resulta que, sin hacer ningún ruido, como quien la mata callando, en Casa Nostra acabamos hacernos con el record Guiness de la tasa de mortandad de políticos salpicados en asuntos turbios. Un liderazgo mundial que alcanzamos hace sólo una semana, con el traspaso de Juan Martín Toribio, el enésimo hombre del maletín fallecido en Cataluña en apenas dos años. El difunto Toribio, un democristiano procesado por cobrar comisiones del veinte por ciento en la época de Pujol, sucede en la lista de muertes súbitas al responsable de finanzas de Filesa, Carlos Navarro, enterrado hace un mes. Poco antes que éste nos abandonaría un tercero, el encargado de las finanzas de CiU, Carles Torrent. Por lo demás, los tres han migrado en idénticas circunstancias: de repente.
 
Esos óbitos fueron precedidos por la irreparable pérdida de Joan Cogull, el director del Consorcio de Turismo de la Generalitat, que eligió viajar hasta Filipinas para pegarse un tiro en la cabeza –aunque algunas fuentes sostienen que fueron dos las balas que se alojó en la nuca–. Casi simultáneamente al fatal arrebato de su gran amigo Joan, abandonaría este valle de lágrimas el finado José Górriz. El mismo Górriz que figuró hasta el día del último adiós como administrador del entramado de sociedades que, según la Fiscalía, encubrió durante años el hurto masivo de fondos del Gobierno catalán.
 
Si fuese cierto eso de que no hay quinto malo, otro nacionalista, el director general de Comercio de Cataluña, Enric Grass, hubiera salido absuelto de su imputación por corrupción en el llamado caso Turismo. Aunque nunca lo sabremos, pues él era el sexto y la secular lentitud de nuestra justicia volvió a irritar a la Gran Dama: Grass pasaría a mejor vida unas semanas antes que Górriz. Idéntica suerte a la corrida previamente por el séptimo en discordia. Porque Iñaki, aquel joven socialista de apenas treinta años pero ya poseedor de un amplio currículum en el mundo de las finanzas, también aparecería de cuerpo presente en el lecho, víctima de un repentino ataque cardiaco. “Cal tallar la corda que ens lliga amb la Morta” (hay que cortar la cuerda que nos ata a la Muerta), exclamó una vez el poeta Maragall. Cualquiera diría que, cien años después, la Naturaleza se está afanando en cumplir el gran anhelo del abuelo del President.

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