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José Vilas Nogueira

El lenguaje político progre

irse al 1700 para fundamentar la reivindicación de la competencia sobre aeropuertos es, al menos, pintoresco

“Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. Estas palabras de color oscuro vio Dante escritas en lo alto de la puerta del Averno. En nuestro pequeño infierno cotidiano, el lenguaje de políticos e informadores arruina igualmente cualquier esperanza. Mayormente de los políticos psoecialistas y nacionalsocialistas y de sus paniaguados escribas, aunque, a decir verdad, más veces de las deseables, la derecha y el centro, si es que alguien sabe lo que con el “centro” se significa (pero esto daría no ya para otro artículo, sino para un libro, y no pequeño), se suman a la diabólica confusión del lenguaje que abre el siniestro abismo de la irremediable perdición.
 
Plaga ésta es tan constante y pertinaz que acudiré a un cómodo expediente para ilustrarla. Veamos lo que nos cuenta un periódico del día en que esto escribo (ustedes podrán repetir la experiencia con cualquier periódico del día en que, si les place, me lean). Resulta indudable que ERC se autoconsidera “progresista”. Del mismo modo se consideran el PSC, el PSOE, Izquierda Unida en sus diversos avatares, etc. Ingenuamente se podría suponer que el progresismo está orientado al futuro, en contraposición al conservadurismo que lo estaría al pasado. Esto explicaría, por ejemplo, que unos y otros, ofendiendo a la par al lenguaje y a la naturaleza, hayan apoyado el “matrimonio homosexual”. Pero, tampoco es así. El progresismo español es materia esotérica y puede legitimar los mayores arcaísmos. Por ejemplo, los camisas negras de ERC justifican “históricamente” sus exorbitantes aspiraciones. Y, como dijo Jordi Sevilla, uno de los pocos ministros “normales” del Gobierno zapateril, irse al 1700 para fundamentar la reivindicación de la competencia sobre aeropuertos es, al menos, pintoresco (Y no les distraeré contándoles hasta qué siglo se remontan los “progresistas” del Bloque gallego para justificar las suyas).
 
Otra cosa, Zapatero fue a Londres y dijo, tan fresco como una lechuga, que el terrorismo “afecta a todos los países por igual”. O sea, justamente lo contrario de lo que ha venido diciendo desde el 12 de marzo de 2004. Pero su remedio preferido sigue siendo la “alianza de civilizaciones”. Quiénes sean los actores de esta alianza, los Estados, las religiones, las razas, etc., al parecer poco importa. ¿Zapatero se siente parte de la misma civilización que la Iglesia Católica o forma parte de otra?, ¿los terroristas musulmanes que masacran a cientos y cientos de musulmanes, todos los días en Irak, muchos días en Afganistán y otros países, hace unos días en Egipto, pertenecen a la misma civilización o son de dos civilizaciones distintas? No hay cuidado, este tipo de preguntas no van a perturbar la perenne sonrisa de este oligofrénico perverso.
 
Item más, que se dice en el lenguaje forense. La Consejera de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha, el Presidente de esa Comunidad Autónoma, la Ministra de Medio Ambiente, la anciana señora Vicepresidenta del Gobierno, todos los políticos socialistas que sobre el caso se han pronunciado, han coincidido en que el incendio de Guadalajara fue combatido con diligencia y acierto y que se emplearon todos los medios disponibles. Alguno de ellos ha llegado a decir que un incendio de esta naturaleza es imposible de detener pues se propaga a mayor velocidad que el sonido. Pero, al mismo tiempo, se convoca un gabinete de crisis y se disponen nuevas medidas de lucha contra el fuego. ¿En qué quedamos? Si lo primero fuese cierto, lo segundo sería inútil. Sólo cabría encomendar alguna rogativa a san Pablo Iglesias, a san Francisco Largo Caballero o a algún otro santo de tan piadosa cofradía.
 
Esta vez con el concierto del PP, el PSOE presentó una proposición de ley para equiparar los derechos de hombres y mujeres en la sucesión de títulos nobiliarios. Es ésta una iniciativa inocua para la inmensa mayoría de la población y perfectamente indiferente para el bien común, cualquiera que sea el modo con que éste se defina. Que el periódico la lleve a su primera plana sólo es comprensible a partir del estado de sensibilidad cardiaca alentado por la prensa del “corazón”, simbióticamente aliada con la nobleza. No es difícil imaginar que si Cervantes viviese hoy don Quijote libraría sus hazañas más en las páginas de papel couché que en los campos de La Mancha. Lo relevante, pues, no es la proposición de ley, sino su justificación. La prevalencia del hombre sobre la mujer en la sucesión de los títulos nobiliarios “es una norma de otra época histórica”, dicen los proponentes. Con este razonamiento, lo que habría que proponer sería la supresión de los propios títulos nobiliarios, que en sí mismos son de otra época histórica. Se mantiene la sustancia y se radia el accidente. Lo que quiere decir que, para el “igualitarismo” contemporáneo la única verdadera igualdad es la de sexo. Yo no puedo ser marqués, pero la señora marquesa puede ser el señor marqués. Pues qué bien. En cambio, al periódico que comento le gustó tanto la noticia que hasta le dedica un editorial que, en aras de la piedad, mejor es no comentar.
 
Sigamos, y terminemos, con el sexo, que es cosa de mucho placer y alfa y omega del esfuerzo igualitario. Resulta que en Madrid hay una orquesta sinfónica compuesta exclusivamente por mujeres. Es, y no me extraña, la única de Europa de estas características. Al periódico le entusiasma. Le dedica una flechita para arriba, algo así como un bravo. No me parece mal que haya orquestas sólo de mujeres, sólo de hombres, sólo de gays, sólo de lesbianas, etc. Quizá lo ideal sería que sus integrantes, cualquiera que fuese su naturaleza y orientación sexual, fuesen buenos músicos, pero probablemente esta es una opinión reaccionaria. Sin embargo, asumiendo el espíritu de los nuevos tiempos, una sugerencia cabría hacer a estas músicas. El periódico dice que están preparando el estreno de El amor brujo, de Falla. Lo del “estreno” no lo entiendo. La elección de Falla me parece un fallo, y discúlpeseme el juego de palabras, pues este compositor no sólo era un hombre, sino además muy conservador. Para ser plenamente consecuentes, esta orquesta de señoras sólo debería interpretar piezas compuestas por mujeres. Esto sí que sería progre e igualitario. Qué digo, sería superguay.
 
Hasta aquí hemos llegado, y no hemos pasado de la primera página.

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