EDITORIAL
¿Es Europa una fábrica de terrorismo islámico?
Se inculca el odio a occidente en el seno de occidente. Y eso sí que debe tener responsabilidades políticas, jurídicas y mediáticas.
La matanza islamista de 32 niños iraquíes en Bagdad; los datos de que muchos terroristas en Irak proceden de países europeos; la noticia de que los terroristas suicidas del 7-J nacieron también en suelo europeo o la escalofriante ausencia de control sobre las mezquitas europeas o sobre la inmigración islamista en la UE, debería llevar a buena parte de la prensa europea a reprimir totalmente su apología del terrorismo islámico. Porque, no nos engañemos. De la mano de su antiamericanismo y antisemitismo, buena parte de los medios de comunicación se han dedicado a hacer apología del terrorismo islámico; sobre todo, desde la intervención aliada en Irak, pero también después del 11-M.
No otra cosa, sino apología del terrorismo, es servir editorialmente de “plataforma a quienes practican la lucha armada” para referirse a unos terroristas, a los que también se califica de “combatientes” o “resistentes” y a los que se compara con quienes heroicamente combatieron la invasión nazi de Europa o la invasión napoleónica de España. Y a eso se ha dedicado y se sigue dedicando buena parte de la prensa española cuando hablan de EEUU y de Irak, como también ahora se atreven a volver a hacer los minoritarios apologistas mediáticos del terrorismo etarra, cada vez que hablan de los “combatientes que luchan contra la ocupación española de Euskalherria”.
Con estos mimbres forjadores de la opinión pública en torno al terrorismo islamista no hay que extrañarse de que la reacción popular tras una matanza sea un motivo de satisfacción para quienes las han perpetrado, tal y como pasó en España tras el 11-M. Se dirá que a ETA, a diferencia de los islamistas, también en España el tiro le hubiera salido por la culata. Pero ya les hubiera gustado a los etarras disponer de una opinión pública forjada por unos medios tan proclives a hacer de sus enemigos, los suyos.
En cualquier caso, valga al menos el compromiso –que esperemos no quede en palabras– de Blair de fortalecer el control sobre la inmigración o las reflexiones de Sarkozy referentes a la necesidad de intensificar el control sobre los imanes y los centros de culto islámicos. La libertad religiosa no puede amparar al fanatismo religioso. Algunos terroristas muertos en Irak eran musulmanes reclutados y nacidos en Francia. Y ¿qué decir de los autores conocidos de la matanza londinense? Jóvenes nacidos en Gran Bretaña, de familias inmigrantes acomodadas, que, de repente, se convierten en fanáticos religiosos capaces de asesinar a cuanta más gente mejor. ¿Qué se les había predicado en las mezquitas y también en los medios de comunicación?
Si la matanza de niños iraquíes –como la de adultos iraquíes o soldados aliados– a manos de los terroristas, debería suponer un aldabonazo y una reflexión sobre nuestra huida de ese decisivo campo de batalla contra el terrorismo y a favor de la democracia en Irak, no menos reflexiones deberían suscitar los rasgos socioeconómicos de los asesinos del 7-J y el intento de justificarlos por el “mar de injusticias” en el que viven.
Se inculca el odio a occidente en el seno de occidente. Y eso sí que debe tener responsabilidades políticas, jurídicas y mediáticas.
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