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Exportación de terrorismo

Hay quien insinúa que Marruecos dejó hacer el 11-M movido por el deseo de venganza sobre España. Toda vez que aventuras como la de Perejil habían conducido al estrepitoso ridículo, sólo otras vías podían saciar el rencor acumulado durante años.

No es políticamente correcto apuntarlo, pero si, como todo parece apuntar, en los atentados del 7/7 en Londres ciudadanos marroquíes han jugado un papel determinante, al igual que sucedió en Madrid el 11-M, las casualidades comienzan a ser algo increíble. De hecho es más sencillo y lógico pensar que el régimen de Rabat, corrupto como el que más, está convirtiendo Maruecos en un caldo de cultivo del fundamentalismo islámico y en una fábrica de exportar terrorismo a Europa.
 
A Rodríguez Zapatero y a su ministro de asuntos exteriores, a quienes tanto gusta de buscar en la pobreza y otras injusticias la marea terrorista, el caso de Marruecos debería venirles ni que pintado: un rey débil, desinteresado y acomplejado por la sombra de su propio padre; una situación económica que condena a la mayoría a la pobreza; un liderazgo religioso disputado, cada vez más atraído por la filosofía wahabita radical; y un movimiento fundamentalista que no toma el poder para evitar repetir la experiencia de Argelia en el 91, pero que está ahí, al acecho y a la espera de que su día llegue. Pero sin embargo eligen los gobernantes españoles cegarse ante tal realidad y apostar por la figura del monarca marroquí, el jefe supremo de unos servicios secretos que, en teoría, todo lo controlan. Cosa que o no es verdad o la sombra de duda sobre su conocimiento, o aún peor, implicación, en los atentados de Madrid y Londres cae sobre ellos de manera automática.
 
Sea como fuere lo cierto es que Marruecos, y más exactamente su gobierno y sobre todo su cabeza visible, el monarca, han estado jugando con fuego. La penetración de los servicios secretos marroquíes en las bolas de emigración tanto en España como en otros rincones de Europa es de sobre conocida. Cierto, en búsqueda de los posibles disidentes del régimen, pero de seguro que advertidos de cualquier otro tipo de manifestación violenta como pueda ser el terror islámico.
 
Hay quien insinúa que Marruecos dejó hacer el 11-M movido por el deseo de venganza sobre España. Toda vez que aventuras como la de Perejil habían conducido al estrepitoso ridículo, sólo otras vías podían saciar el rencor acumulado durante años. Todo es una especulación. Lo único cierto es que tanto en Madrid como en Londres ciudadanos marroquíes, emigrantes legales en sus respectivos países de acogida, resultaron cruciales para cometer los atentados.
 
Va siendo hora de que este gobierno que dice que nos gobierna, así como la comunidad internacional, comiencen a pedirle explicaciones al rey de Marruecos y a su gobierno. Tienen mucho que explicar. Y cuanto antes mejor.

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