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Cristina Losada

Airados preventivos

Lo de Cebrián era la primera andanada de algo que, parafraseando un concepto distorsionado por la izquierda española, puede llamarse el enfurecimiento preventivo.

No va esto de airados por la alusión de Cebrián al IRA en su artículo del día después de los atentados en Londres. Aunque, bien mirado, si hubiera de tomarse en serio su bufonada de que Tony Blair no había acusado al IRA de la masacre, él mismo debería de alertar a ZP de la inutilidad de procesos de paz como el de Irlanda del Norte. Pues de haber tenido Blair la tentación de culpar al IRA, como escribía el académico, significaría que esa banda mantenía su capacidad de ataque incólume, si no centuplicada. Y esto a pesar de unos famosos acuerdos de paz que aquí sirven de percha a ZP y a otros, para colgar con trazas respetables su apuesta por la negociación con ETA.
 
No, Cebrián no pretendía hacer ni hacía un análisis serio del comportamiento del gobierno británico ante el 7-J y del español ante el 11-M. Lo suyo era la primera andanada de algo que, parafraseando un concepto distorsionado por la izquierda española, puede llamarse el enfurecimiento preventivo. Por si las moscas. Por si muchos se percataban del modo tan distinto en el que una oposición, unos medios de comunicación y un pueblo entero hacían frente a un ataque terrorista masivo. Una distancia que volvía a quedar patente en la Cámara de los Comunes este lunes, donde la oposición felicitó al gobierno por su gestión y no le reprochó siquiera la lentitud del rescate y de la información. Howard metió entre algodones su propuesta de investigación: que sea cuando el gobierno la considere oportuna.
 
Lo de Cebrián fue una voz de alarma. Para marcar la pauta que seguirían después los portavoces socialistas. Era lo suyo un viejo truco, habitual en pendencias: antes de que puedan echarle en cara la infamia, se levanta el malandrín y vocifera acusaciones. El acusado se alza acusador. Es más, proyecta las mismas acusaciones que pueden hacérsele. Como eso de Fernández de la Vega de que el PP utiliza “todo, incluso la mentira y la falsedad, para arañar un puñado de votos.” Si lo sabrá ella, que su partido hizo exactamente eso entre el 11 y el 14. Los dirigentes socialistas son adictos al bumerán.
 
También son duchos en compartimentar la realidad, preludio de su falseamiento. Pues es cierto que el PSOE no acusó en un primer momento al gobierno del PP de imprevisión. Tal cosa vendría acto seguido. Lo acusó de algo peor: de mentir. Sin que ello obstara para que Rubalcaba, el 13-M, añadiera el estrambote de que “nunca utilizaremos el terrorismo en la confrontación política”. Negaba en una línea lo que acababa de afirmar en la anterior. Así está escrita la historia.
 
Y el que no la recuerde, que acuda al relato que
Mario Noya hacía en La Ilustración Liberal de los tres días de marzo de la Ser. Al leerlo hoy aún resulta más espeluznante. Y uno concluye al repasarlo, que la diferencia entre la reacción británica y la reacción española no proviene de que ZP no sea Blair, ni Howard ni Kennedy, el liberaldemócrata. Aunque eso salta a la vista. No se deriva sólo de que el pueblo británico goza de mayor madurez democrática y sus políticos y ciudadanos consideran que la nación no es una mera palabra, sino la garantía de su libertad y su modo de vida. El elemento crucial es otro: en el Reino Unido no hay una Ser y una Prisa, dispuestos a levantar a la población contra un partido y a culparlo del atentado, como habían venido endilgándole cuantas catástrofes ocurrían. Mientras el grueso del PSOE se quedaba entre bambalinas, ellos hacían el trabajo. Sucio.

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