Federico Jiménez Losantos
Para pasado, Piqué
el efecto inevitable es la puesta en cuestión de la autoridad de Rajoy. Algo que, como sin duda habrán recordado en estas últimas horas los setecientos mil militantes del partido, nadie se atrevió a hacer contra Aznar
Cuando Aznar designó sucesor a Rajoy, cuando el PP respaldó en su congreso por amplísima mayoría esa elección de Aznar y, muy especialmente, cuando entre los terroristas, Polanco y el PSOE derrotaron a Rajoy el 14M, dije por tres veces que nuestro periódico, sin duda una de las referencias fundamentales del centro-derecha español, no iba a participar en las conjuras previsibles de algunos boyardos y de ciertos bastardos, políticamente hablando, cuyo apetito de poder es inversamente proporcional a su sentido de la responsabilidad.
La unidad y fortaleza del PP –hemos repetido una y otra vez editorialmente y en las colaboraciones firmadas que a diario publicamos– es un bien mayor, uno de los activos fundamentales no sólo de la media España que le vota sino de toda España, que tiene en él a su único valladar nacional e institucional. Naturalmente, criticamos diariamente lo que nos parece mal del PP y elogiamos lo que nos parece bien, dentro de nuestra línea liberal y nacional, pero nunca hemos querido dar cuerpo y publicidad a las intrigas para desbancar a Rajoy hasta ahora planteadas, de las cuales sólo una ha tenido importancia y gravedad: la de Ruiz Gallardón. Que acabó, para nuestra satisfacción, con una derrota aplastante del alcalde de la Villa y Corte a manos de la práctica totalidad del PP madrileño, que respaldó casi por unanimidad a Esperanza Aguirre. Pero que no supo rematar Rajoy al cooptar a Gallardón para el núcleo maitinero de Génova 13. A lo mejor empieza a recoger la cizaña que junto al trigo sembró.
No sabemos si la crisis abierta por Piqué pidiendo la jubilación de Acebes y Zaplana porque, según dice, representan el pasado, es una reedición de la misma conjura gallardonista, aunque ahora quizás cuente con el apoyo de algunos líderes autonómicos, con Poder y sin Poder, del Levante y del Sur, que sienten o están marginados por Rajoy. En todo caso, es sumamente improbable que Piqué haya esperado a que Rajoy estuviera en Singapur para soltar una ocurrencia personal o provocar una mala interpretación de sus palabras, que además hubiera sido facilísimo desmentir. Esto va en serio y va en dos sentidos: contra la línea de oposición dura al Gobierno y contra el liderazgo de Rajoy. La herramienta es la reivindicación del dichoso Centro, que siempre acaba en asumir que el discurso de la Izquierda, o sea, Polanco tiene razón. Pero el efecto inevitable es la puesta en cuestión de la autoridad de Rajoy. Algo que, como sin duda habrán recordado en estas últimas horas los setecientos mil militantes del partido, nadie se atrevió a hacer contra Aznar.
La nota emitida por el PP bastantes horas después del ataque de Piqué y de la defensa de Acebes es de una engañosa contundencia. Si ante un ataque frontal a su Secretario General, que Rajoy eligió como Segundo en el congreso que lo ratificó a él como Primero, y al jefe de su grupo parlamentario, se supone que también elegido por él, lo primero que deja claro es que quiere seguir contando con la colaboración del agresor, sólo caben dos hipótesis: o que la operación la encabeza en la sombra el propio Rajoy, cosa que dudamos, o que no está dispuesta a cortarla de raíz, cosa que tememos.
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