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José García Domínguez

Si mi pluma valiese tu pistola

igual que callaron hace veinticinco años, cuando el mismo Oriol Malló y sus jefes y protectores que mandan en Esquerra Republicana echaron mano de las pistolas para tapar la boca a los primeros heresiarcas

Parece que Pasqual Maragall y el biógrafo autorizado de Puigcercós han convenido marcarnos a fuego, acosarnos sin tregua y hacernos la vida imposible antes de liquidarnos con el definitivo tiro de gracia. Escribo nos porque, tras desconstruir el rebuzno patriótico del terrorista de Terra Lliure Oriol Malló, he decidido añadir mi firma al Manifiesto para la fundación de un partido no enfermo en Cataluña. Y escribo Maragall porque todos los colaboradores del diario Avui acaban de recibir una notificación del periódico en la que se les recuerda que la propiedad de los originales publicados recae en la empresa editora. Aclaración muy oportuna y pertinente, en especial para quienes no supieran que la Generalidad de Cataluña forma parte destacada en el accionariado de ese panfleto que anima al exterminio de cualquier apóstata de la religión tribal.
 
Sucede que hasta la tosquedad más primaria tiene su recompensa en esta vida. Así, gracias a la elemental brutalidad de su verbo, ese Oriol, otro hijo de un dios menor, ha accedido a los cinco minutos de fama que Andy Warhol prometiera a todos los Don Nadie de la Tierra; gratis total, por supuesto. Porque en el universo autista del catalanismo político sólo existen “ellos” y “nosotros”, nada más. Y el torpe de Oriol siempre ha sido “uno de los nuestros”. Por eso, los nacionalistas inteligentes, los que saben manejar la paleta del pescado, y los otros, los que ahora viajan en los Audi negro con la banderita, callan de nuevo ante sus amenazas de muerte. Igual que callaron hace veinticinco años, cuando el mismo Oriol Malló y sus jefes y protectores que mandan en Esquerra Republicana echaron mano de las pistolas para tapar la boca a los primeros heresiarcas.
 
Porque, hace un cuarto de siglo, se impuso con sangre la Constitución no escrita que desde entonces rige la vida civil en Cataluña. El artículo uno de esa carta magna lo conoce todo el mundo en la región. Es ése que nadie osa repetir en público por pudor, el que reza así: “A los otros catalanes y a los portadores de ADN cultural autóctono que abjuren de la fe nacional, se les respetarán vida, empleo y hacienda a cambio de que permanezcan calladitos en sus casas y hagan expresa renuncia a ejercer los atributos políticos que van asociados a la condición jurídica de ciudadano”.
 
Esa suprema Ley del Silencio es la que ha violado el Manifiesto de quince intelectuales catalanes que tienen lo que hay que tener —talento, ese salvoconducto divino que libra a algunos egregios de la inmensa cola de los mediocres condenados a vivir eternamente de las limosnas del Poder—. Y en el fondo, es esa humillación de la Naturaleza lo que más los subleva. He ahí la afrenta que no lograrán superar jamás. Lo que los emborracha de santa ira identitaria en las largas noches de insomnio. El fuego abrasador que empuja a nuestros furiosos orioles a subrayar obsesivamente en rojo al Machado de la guerra. “Si mi pluma valiese tu pistola…”         

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