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Por los valores judeocristianos XV

Dennis Prager

Las personas que no creen en Dios o en la religión pueden llevar, sin duda, vidas éticas. Pero no pueden llevar vidas sagradas. Por definición, el ideal de lo que es sagrado –tal como lo entiende el judaísmo, el cristianismo y ese amalgama única conocido como valores judeocristianos– necesita de Dios y de la religión.
 
Aquí tengo la mejor manera que conozco para explicar lo sagrado en las religiones judeocristianas: Hay un continuo desde lo profano hasta lo sagrado que coincide con las bases duales de la creación humana: lo animal y lo divino.
 
El ser humano puede decirse que fue hecho a imagen y semejanza de Dios y a imagen de los animales. Biológicamente somos animales y somos espiritual, moral y teológicamente semejantes a Dios (por lo menos nuestro potencial lo es). Dios es lo más sagrado y los animales, aunque sean de lo más serviciales, leales y adorables como muchos lo son, están en el extremo opuesto del continuo de lo sagrado. Esto no es de ninguna manera un insulto a los animales. Decir que perros y leones no son sagrados no es más degradante para ellos que decir que los hombres no son mujeres o que las mujeres no son hombres. Es que así fueron creados.
 
En realidad hay una manera laica de entender esto. Si vemos a una persona comiendo con la cara metida en el plato, podríamos pensar: “Come como un cerdo” o “Come como un animal”. Eso es un insulto para una persona, porque se supone que los humanos deben mejorar su comportamiento por encima del de los animales (Esa es una de las metas de la tradición judeocristiana así como la de casi todas las grandes religiones). Pero no es un insulto a los animales. Cuando un animal come con la cara metida en el plato, difícilmente pensamos mal del animal; pero si una persona imita el comportamiento animal entonces sí que tenemos una baja opinión de esa persona. Así tenemos que hasta sociedades no religiosas han absorbido algo de la idea de que actuar como un animal no es como por lo general un ser humano debería comportarse.
 
Ahora, para entender esto mejor, necesitamos darnos cuenta que lo sagrado no es una categoría moral. No hay nada inmoral en comer con la cara metida en el plato. Es profano hacerlo, pero no es inmoral o contrario a la ética.
 
Este punto es vital para comprender la diferencia entre lo moral y lo sagrado. La distinción es borrosa hasta para mucha gente creyente ya que a las cosas profanas las llaman cosas inmorales. Y eso hace que la religión coja mala reputación porque la gente laica sabe que algunos de los actos llamados inmorales por la religión no son necesariamente inmorales.
 
Esto es especialmente cierto en el terreno sexual donde mucha gente creyente tipifica el comportamiento profano como inmoral tanto así que la sola palabra “inmoral” se ha llegado a equiparar con el pecado sexual.
 
Mucho del comportamiento adulto consensual que los valores judeocristianos prohibirían es más profano que inmoral. Por ejemplo, el sexo de mutuo acuerdo entre adultos practicado fuera del matrimonio viola el código judeocristiano de lo sagrado, pero no necesariamente viola su código de moralidad (Si hubiese coacción o engaño por supuesto que sí sería inmoral). El único sexo sagrado en las religiones judeocristianas es entre esposo y esposa. Todo el otro sexo es profano. Pero no necesariamente inmoral.
 
Todas las acciones inmorales –como robar o asesinar– son por supuesto profanas. Pero no todas las acciones profanas son inmorales (como la de la cara en el plato).
 
Sin embargo, sólo porque sagrado y moral no sean idénticos no significa que lo sagrado no sea monumentalmente importante. Elevar el comportamiento humano por encima del de los animales y hacia lo divino es uno de los más grandes logros que los humanos puedan conseguir. Si en verdad nos comportáramos como animales en el terreno sexual (como el famoso conejo por ejemplo) la sociedad finalmente se derrumbaría.
 
La palabra es otro ejemplo. En nuestro mundo cada día más laico, la gente intenta cada vez menos y menos mejorar la palabra. Es por eso que maldecir en público es mucho más frecuente. En la mayoría de arenas y estadios deportivos, uno oye gritar cada cosa que habría sido inimaginable hace una generación. El santificar la palabra es otro valor religioso; no es un valor laico. Siempre que veo un coche que tiene alguna pegatina con obscenidades, sólo estoy seguro de una cosa: el dueño de ese vehículo no asiste a servicios religiosos con regularidad.
 
Las consecuencias de la muerte de lo sagrado son omnipresentes. La Europa laica es muchísimo más propensa a poner en lugar relevante la desnudez en la televisión pública que en la América judeocristiana y también acepta mucho más que la gente camine desnuda en las playas. El problema judeocristiano con la desnudez pública entre adultos que la aceptan en la playa o hasta en una colonia nudista no es que esa gente necesariamente esté actuando inmoralmente (puede que no se toquen o que no se estén excitando sexualmente), es que están actuando como los animales. La vestimenta comporta dignidad al ser humano; lo eleva por encima de los animales cuyos genitales están siempre al descubierto (Lo primero que Dios hizo para el hombre y la mujer fue ropa).
 
Y esto es lo que ultimadamente el sistema de valores judeocristiano anhela: la elevación de la conducta humana a imagen y semejanza de Dios, en vez de que nos permitamos actuar como nuestros congéneres animales .
 
©2005 Creators Syndicate, Inc.
©2005 Traducción por Miryam Lindberg
 
Dennis Prager es periodista y comentarista radiofónico muy respetado en Estados Unidos, su programa se transmite desde Los Ángeles diariamente desde 1982. Sus artículos aparecen en grandes publicaciones americanas como The Wall Street Journal, Los Angeles Times, Townhall y el Weekly Standard, entre otras.
 
Libertad Digital agradece a Dennis Prager y a la Fundación Heritage el permiso para publicar este artículo.

Tiene a su disposición en Libertad Digital la serie completa Por los valores judeocristianos escrita por Dennis Prager

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