EDITORIAL
De la abstención española a la negativa francesa
En principio, este resultado debería suponer, antes que nada, el verdadero y definitivo jaque mate a este tratado que, elaborado a espaldas de los ciudadanos, pretende constituirse como su Carta Magna
La alta participación y el histórico rechazo cosechado en Francia a la mal llamada “Constitución europea” va a tener consecuencias todavía difícilmente calculables pero indudablemente críticas tanto para Francia como para el resto de Europa. En primer lugar, este resultado va a afectar a la propia clase política francesa. Chirac ha insistido de forma desesperada en los últimos días en que lo que se sometía a referéndum no era su Presidencia sino el tratado constitucional. Sin embargo, qué duda cabe que cuando se compromete tan activamente a favor en una cuestión tan fundamental como lo ha hecho Chirac –incluyendo su dramático llamamiento institucional desde el Eliseo del pasado jueves–, su legitimidad para seguir representando a la mayoría de los ciudadanos queda seriamente dañada. Si el propio primer ministro Jean Pierre Raffarin, antes incluso de conocerse los resultados del referendo, ya tenía los días contados, igual los debería tener el propio presidente de la República.
Por otra parte, el varapalo a los partidarios del "sí" no va a dejar de tener sus efectos en las ya de por sí divididas filas del partido socialista galo. Lo resultados, lejos de cicatrizar, van a ahondar todavía más la división del partido, que anticipa una "guerra civil" interna y un congreso extraordinario en los próximos meses, donde va resultar insostenible el divorcio entre la dirección oficial, encabezada por el primer secretario, François Hollande, y su "número dos", Laurent Fabius.
En principio, este resultado debería suponer, antes que nada, el verdadero y definitivo jaque mate a este tratado que, elaborado a espaldas de los ciudadanos, pretende constituirse como su Carta Magna. Los propios padres de este verdadero “engendro político” habían establecido como condición sine qua non su ratificación en todos y cada uno de los Estados miembros. Sin embargo, en los últimos días no han faltado, entre los partidarios del "sí", las intenciones de hacer trampas, tanto a sí mismos como a los ciudadanos, para evitar este lógico desenlace. El más claro ejemplo de esa fraudulenta tentación lo ha ofrecido el propio “padre” del tratado, Valerie Giscard d’Estaing, quien ha sugerido la posibilidad de recurrir a cuantos refrendos sean necesarios hasta que salga el "sí"; una burla en toda regla que sólo pone en evidencia la gran estafa en lo que se está convirtiendo esa pomposamente denominada “construcción europea”.
El "sí" cosechado en España queda ahora igual de descolocado. Tal era el deseo del Gobierno del 14M de encubrir con la bandera europea las vergüenzas de su inesperada victoria electoral, que no dudó en hacer una convocatoria sin someterla a consenso ni en las formas ni, sobre todo, en el momento en que debía producirse. La críticas de Rajoy a la “precipitación” del Gobierno de ZP quedan ahora sobradamente justificadas.
Aunque aquel innegable revés electoral que vino de la mano de la abstención fue debidamente maquillado por los medios de comunicación, que fijaban la atención en nuestro país en el alto porcentaje del "sí" entre la histórica minoría de ciudadanos que habían acudido a la convocatoria del Gobierno, el resultado no dejó de sembrar preocupación y alerta en el resto de la UE. Por mucho que ZP utilizara en su beneficio a corto plazo el resultado, era innegable que España había vivido la convocatoria electoral con más escasa participación de la historia de su democracia y la más baja, junto con una celebrada en Irlanda, de cuantas relacionadas con la UE se habían celebrado en Europa. Si esto era lo que ocurría en un país que, como España, se da la especie de ese “europeísmo” sin sentido crítico que caracteriza a los recién llegados, era de temer que en países sin esa clase de complejos las cosas se pusieran mucho más difíciles.
La apuesta de Zapatero y su alineamiento con Chirac y Schröder es innegable, aunque eso perjudicara el peso político de nuestro país y nos colocara en un papel de sumisión ante lo más anquilosado y decadente de la clase política europea. Si el dirigente alemán cosechó la semana pasada un histórico fracaso electoral que puede suponer la antesala del fin de su carrera política, no menos en jaque ha quedado ahora el presidente galo.
Si este es el “corazón de Europa” al que España había llegado de la mano de ZP, hay que decir que no es seguro que sobreviva a tanto infarto.
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