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Juan Carlos Girauta

El problema

Las famosas fotos me recordaron a los milicianos desdentados que posaban armados junto a tallas de santos, con un manto de la virgen sobre los hombros, junto a cruces derribadas

Creía que el tripartito catalán había tocado fondo al ofender a la vez a España e Israel. Aún no había visto las imágenes de la carnavalada que se montó a unos metros del Calvario y del Santo Sepulcro. Lo anterior se queda pequeño, como siempre pasa con Maragall. Ahora ha molestado a la vez a cristianos, judíos, musulmanes y no creyentes civilizados. Maragall debería aparecer en Newsweek, que por fin dispondría de las pruebas de un sacrilegio (lesión o profanación de cosa, persona o lugar sagrados).
 
Las famosas fotos me recordaron a los milicianos desdentados que posaban armados junto a tallas de santos, con un manto de la virgen sobre los hombros, junto a cruces derribadas, tras haber profanado uno de los muchos templos que llenan los listados de la infamia del Frente Popular, mientras miles de religiosos eran asesinados con la aquiescencia de insensatos gobiernos de diletantes. Pero lo que ha pasado con Maragall y Carod no tiene nada que ver con eso. Vean el vídeo.
 
El vídeo muestra que la iniciativa de divertirse con una corona de espinas en el centro emocional de la fe cristiana es de Maragall. Carod, un ex seminarista, se ve sorprendido y, falto de reflejos, posa y se ríe en vez de ponerse serio y dejar la corona en su sitio, haciéndose tan cómplice como la comitiva que le ríe las gracias al president. Otros posaron después de Carod. Pero, ¿por qué hizo Maragall algo semejante? No hay motivo. Está es la irracionalidad.
 
Siento vergüenza ajena cuando veo a Maragall. Hace mucho tiempo que me sucede. Siendo él alcalde de Barcelona, presencié algo significativo. Había citado a un centenar de personas en un lugar del Ensanche barcelonés con graves problemas de aparcamiento, así que cuando llegó se encontró con los coches de muchos asistentes sobre las aceras. Discretamente dio orden de avisar a las grúas. Lo concibió como una especie de sorpresa. Tuvimos la reunión y, al salir, muchos se encontraron sin coche. Él sonreía. Ese es Maragall. En otra ocasión acudió a recoger un premio de una entidad que defendía el bilingüismo frente a la política de normalización convergente. A mitad de la cena, molesto con alguien que criticaba a Pujol, se marcho, dejando plantados a sus anfitriones. Ese es Maragall. Un hombre que no participa del medio en el que está, alguien absolutamente insensible a las señales del entorno.
 
En muchas de sus intervenciones públicas se detecta una forma de enajenación, en el sentido de falta de responsabilidad sobre los propios actos. Su discurso es a veces incongruente, Piqué ha llegado a decírselo en el
Parlament . Ignora a los receptores de sus mensajes, no habla para ellos ni para nadie, es un emisor sin receptor. Es posible que no sea totalmente culpable.

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