EDITORIAL
La Unión Soviética no liberó a nadie
La ceremonia ha tenido más aspecto de nostálgica conmemoración de la tiranía comunista que de celebración de la derrota del nazismo. Sólo ha faltado que desfilara el retrato de Stalin
Hasta medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno se han reunido en Moscú para conmemorar el 60 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Con una puesta en escena típicamente soviética, en la Plaza Roja, delante del Mausoleo de Lenin, honrando al Ejército Rojo y haciendo desfilar la bandera con la hoz y el martillo, la ceremonia ha tenido más aspecto de nostálgica conmemoración de la tiranía comunista que de celebración de la derrota del nazismo. Sólo ha faltado que desfilara el retrato de Stalin.
Conviene recordar, para empezar, que fue precisamente en Moscú donde, en agosto de 1939, se firmó el pacto germano-soviético, por el cual nazis y comunistas secretamente definían la repartición de la Europa del este y central bajo influencia alemana y rusa. De los bolcheviques ya habían aprendido los nazis los sistemas de represión y de gobierno que han avergonzado a la humanidad. El pacto lo rompió Hitler, no Stalin. Millones de soldados rusos fallecieron combatiendo, a partir de entonces, en la Segunda Guerra Mundial, pero su sacrificio no sembró ni la liberación de su pueblo ni la de ningún otro atacado o sometido al yugo nazi. Los únicos países liberados fueron aquellos ocupados por las potencias democráticas. El ejército Rojo, por el contrario, solo sustituyó una tiranía por otra.
Que la mal llamada “Bandera de la Victoria”, que hace sesenta años fue izada sobre el Reichstag de Berlín, haya abierto la parada militar no es otra cosa que revitalizar una trágica farsa histórica. Esa bandera, con la "Hoz y el Martillo", es en realidad el símbolo de la más extensa, criminal y empobrecedora tiranía que haya conocido la Humanidad. Es el símbolo de la división de Berlín, pero también la de Europa.
Que esa farsa se tolerara y se consumara en Yalta, se puede comprender en un mundo que acababa de salir de una guerra y que todavía no era consciente del “telón de acero” que se le venía encima. Pero no sesenta años después. Y, desde luego, no es con la nostalgia ni incitando a volver los ojos a una pasada “grandeza” basada en la tiranía, como la comunidad internacional va a ayudar al pueblo ruso a mirar al futuro con la esperanza puesta en la democracia.
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