Serafín Fanjul
Soldado nazi
¿qué tal si además de las de Haro Tecglen exhibimos otras no menos edificantes de Polanco con Díez Hochleitner, Juan Luis Cebrián con Arias Navarro, de Felipe González desfilando con uniforme de falangista?
En la misma noche de la elección de Benedicto XVI viajaba yo en taxi por Madrid. En la radio del vehículo, una locutora de la SER nos informaba con delectación sañuda de la gran decepción habida entre los presentes en la Plaza de San Pedro por una decisión tan equivocada del Espíritu Santo. Ella enmendaba la plana al Espíritu, al Santo, a los cardenales y al sursum corda que se pusiera por delante. Entre las tachas que, con amor por la Iglesia y objetividad encomiables, adjudicaba al hasta entonces cardenal Ratzinger, se incluía haber sido “soldado nazi”, así, sin matiz ninguno. Viniendo de donde venía, tal versión del acontecimiento no me produjo conmoción alguna, pues comprendí que no iba dirigida a mí sino a los convencidos de y por la emisora, la ineludible dosis de mantenimiento que a diario les inyectan en vena, vía orejas y con orejeras de refuerzo. Adiós a cualquier crítica documentada o información aquilatada con datos fidedignos e interpretada sin pasión ni vísceras, que diría don Mariano Rajoy.
En los días subsiguientes menudearon las diatribas a cargo de periodistas, políticos, teólogos de guardia en El País y hasta poetas, o así autotitulados: el nuevo Papa no les gustaba nada, entre otras cosas por haber sido “soldado nazi”, original descalificación que en nuestro mundo postmoderno –sabemos bien– oscila entre el insulto personal y la inhabilitación de por vida hasta para respirar, sin necesidad de argumento adicional alguno, pues la mera acusación basta y sobra. Personas bien intencionadas y no poco ingenuas se dedicaron en esos días a proporcionar los comentarios y observaciones pertinentes para que bajase el absceso de odio y rabia que incubaban los progres: que le movilizaron a la fuerza como a todo el mundo, que el hombre sólo tenía dieciséis años, que desertó, etc.. Obviedades para contestar a quienes nada quieren oír: sólo quieren hablar. Y en régimen de monopolio total.
Se publicó alguna foto probatoria del delito y en ella vemos a un muchacho muy joven ataviado con el uniforme de las FLAK, unidades de defensa antiaérea con que los alemanes de entonces –no sólo los nazis– intentaban mitigar el arrasamiento de sus ciudades y dentro de toda la dinámica criminal y compleja que significó la Segunda Guerra Mundial. No es lo mismo haber sido reclutado para una batería que pertenecer a los Einsatzgruppen de las SS y, por supuesto, nadie recuerda, fuera de Alemania, los cientos de iglesias y catedrales alemanas destruidas por los angloamericanos en esos años terribles, sin que su suerte suscitara un leve pestañeo de piedad. Pero ésa es otra historia. Para lo que nos ocupa es suficiente entender la biografía de Benedicto XVI en el contexto de esa etapa de infamias y violencia en la cual su responsabilidad y protagonismo fueron nulos, como no podía ser de otro modo, dado que al terminar la contienda contaba dieciocho años.
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