EDITORIAL
Las ensoñaciones de Moratinos el fantástico
El presidente de Estados Unidos transige con los que se oponen a su valiente política exterior –y ahí están Chirac y Schröder para demostrarlo- pero no con los que han llevado la deslealtad al grado extremo, es decir, a la declaración de Túnez
Estropear a conciencia y por capricho unas relaciones bilaterales envidiables y, meses después, correr a agachar la cerviz mendigando un saludo es todo lo que ha dado la miope e irresponsable política estadounidense del dúo Zapatero-Moratinos. No hace ni doce meses que el hoy dócil ministro de Exteriores se pavoneaba orgulloso por los foros internacionales presumiendo de la gallardía de su Gobierno, de cómo le había plantado cara al imperio yanqui retirando las tropas de Irak y de cuál era la nueva diplomacia auspiciada por el nuevo inquilino de la Moncloa. Se ha quedado en nada. Y ocasión hemos tenido de verlo con motivo de la última gira que ha realizado por los Estados Unidos.
Para los legisladores americanos y para la Casa Blanca España ya es menos que nada. No merece siquiera la consideración de rival de altura que, por ejemplo Chirac, se ha ganado tras varios años de multilateralismo funámbulo. Porque, aunque no haya trascendido demasiado por aquí, a Moratinos no se ha dignado a recibirle ni John Kerry, el derrotado senador demócrata que un día fuese candidato personal de Zapatero. La Secretaria de Estado le concedió cuarenta y cinco minutos, los estrictamente necesarios para un homólogo de un país europeo, y, no por casualidad, justo después de entrevistarse con un ministro palestino. Esta es nuestra realidad en el país más poderoso del mundo. Y todo por sectarismo, ceguera e ignorancia. Cuando Zapatero se hizo cargo del Gobierno, se encontró no sólo con unas envidiables y saneadísimas cuentas, sino con un vínculo privilegiado con Washington que costó labrar varios años de duro trabajo diplomático.
Tan fabulosa herencia ha sido, como en otros muchos campos, dilapidada en tiempo récord. El Gobierno está cosechando una siembra de torpezas que empezaron por la huida vergonzante de Irak y todavía no han terminado. ¿Acaso pensaba Moratinos que los arrumacos con Chávez no iban a pasar factura?, ¿creía el embebido ministro que flirtear con Castro y ejercer de portavoz de la tiranía en Europa iba a pasar desapercibido en Washington? Remitiéndose a los hechos, parece que ni una cosa ni la otra. El titular de Exteriores no entiende que, en ciertas cosas, o se está de un lado o se está del otro. Quizá, de puertas adentro, con la seguridad que da el poder y la propaganda garantizada desde las antenas de Polanco, el Gobierno pueda interpretar la heroica figura del pacificador de civilizaciones. En el exterior, y más en los ámbitos diplomáticos, todo es muy diferente. Cualquier gesto, por pequeño que sea, tiene su importancia y conlleva un coste. Aznar lo sabía y supo jugar sus cartas con tino. Moratinos no, y ahí tenemos los resultados. En Europa unos segundones y en Estados Unidos unos parias a los que no se les adjudica más de tres cuartos de hora de conversación intrascendente.
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