Cristina Losada
Y España había dejado de ser católica
Pues, aunque se envuelven en la respetable bandera laica, no hay que engañarse: no son laicos, sino anticatólicos.
A mediados del XIX, un pequeño grupo de intelectuales vino a concluir que España era un desastre, que poco o nada en su historia tenía valor y que en la raíz de sus males estaba su catolicismo. Su máxima preferida era la tolerancia, pero con la religión que profesaba la mayoría de los españoles fueron intransigentes. El pensamiento de aquella secta, elitista en sumo grado, que cristalizó en la Institución Libre de Enseñanza, se extendería y dominaría medio siglo después en el ámbito académico e intelectual. El desprecio por España, por la España que no era como ellos –los ungidos– deseaban, nacería unido al odio al catolicismo.
Eso ya lo vio Camba encarnado en la II República, que era un régimen “de hombres muy avanzados que se avergüenzan de España porque España tiene la costumbre de ir a misa”. Y que, por lo mismo, iba a ofrecer, cada vez, “un perfil más antiespañol”. Lo decía un antiguo anarquista, que también contó cómo se levantaron tapias en los camposantos para poder derribarlas y decir que ya no se separaba a unos muertos de otros, a fin de darle visos de realidad a la secularización de los cementerios decretada. Hicieron el ridículo los hombres del Progreso en esa y otras tesituras, pero el cuento acabó con las quemas de conventos y la persecución de los religiosos. Las inocentes ideas traen, a veces, cola de sangre.
Fue entonces cuando Azaña dijo que España había dejado de ser católica. Que es lo mismo que se han dicho ahora los del PSOE para lanzarse contra el catolicismo. Pues, aunque se envuelven en la respetable bandera laica, no hay que engañarse: no son laicos, sino anticatólicos. Hasta se proponen darle cuerda al Islam para acabar con la hegemonía católica, objetivo que proclamaron nada más llegar. Anticatólicos y antijudíos. Doble beligerancia que ya mostraron los nazis, que en eso, como en la eutanasia, se adelantaron a actitudes que hoy forman parte del canon progresista. Pero es que a todos les molesta la herencia judeocristiana, con su acento en la responsabilidad individual y los valores morales.
Los del PSOE, en cuanto pueden, se ponen a cambiar España a su imagen y semejanza. Se aúnan en ellos dos tradiciones nefastas: la totalitaria, con su desconfianza hacia el individuo y la sociedad, su afán de hacer tabula rasa e imponer su modelo; y el cliché del XIX de una España siempre defectuosa, sufrido suelo para el combate entre las fuerzas de la Reacción y del Progreso. Los Rodríguez, que hablan de pluralidad pero no la respetan, cultivan esa mitología para presentarse como los salvadores.
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