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Daniel Rodríguez Herrera

No sólo Luis Cobos

Que los mayores defensores de los derechos de autor sean al tiempo activistas de izquierda dispuestos a atacar las patentes de los demás, resulta una incongruencia difícil de conciliar

Es fácil despreciar los intentos de la SGAE por imponernos sus tesis sobre la propiedad intelectual y el robo cuando sus defensores son gente de la talla intelectual y musical de Luis Cobos. Pero cuando es el grupo U2 quien dice que sus derechos de autor "deberían ser suyos mientras vivan y poder traspasarlos a nuestros herederos" como cualquier otra propiedad, el asunto merece ser estudiado con un poco más de atención. Especialmente porque, al mismo tiempo, el cantante del grupo apoya la iniciativa del gobierno canadiense enfocada a minar las patentes que algunas empresas farmacéuticas tienen sobre medicinas para tratar el SIDA.
 
Los activistas como Bono intentan crear la imagen de que dichas drogas están ahí, como por arte de magia, y que la "Gran Farma" (no hay demagogia más efectiva que unir un montón de empresas en una única, fantasmagórica y malvada megacorporación) estaría condenando a millones a la muerte por hacer beneficios imponiendo precios más altos de los que la mayoría pueden pagar. Sin embargo, en África sólo está patentado el 21'6% de los tratamientos antirretrovirales, además de que muchas empresas han reducido su precio enormemente; la OMS reconoce que se dispone de tratamientos que cuestan un dólar al día o menos. Existen otros problemas de mucho mayor calado como la ausencia de la infraestructura que damos por sentada en el mundo occidental para distribuir, almacenar y entregar las medicinas. En Nigeria, por ejemplo, se importaron tratamientos antrirretrovirales desde la India, sin pagar patentes de ningún tipo, y sólo un 10% llegó a los pacientes mientras los demás caducaban en los almacenes.
 
Durante los últimos años se ha discutido mucho sobre si existe o no un derecho natural a la propiedad intelectual como sí lo hay para la propiedad de bienes físicos. Sin embargo, tanto los defensores como los detractores de la misma se suelen poner de acuerdo en su utilidad pública: actuar como incentivo para la creación de ideas. Sin él, es probable que U2 pudiera ganarse la vida más que dignamente, como demuestran las largas colas y el bloqueo de los sistemas de venta de entradas para sus conciertos en España. Pero es difícil llegar a la misma conclusión con las medicinas. Nadie invertiría los millones de dólares necesarios en investigación y estudios, muchas veces fallidos, que requiere un nuevo medicamento para salir a la calle y salvar vidas. Y esas vidas, las nuestras, las de nuestra familia, se perderían. Es algo mucho más grave que quedarnos sin escuchar "With or without you".
 
Los que, como Bono, apoyan la reducción de las protecciones a la propiedad industrial de los fármacos se basan en un beneficio inmediato para los enfermos y en que, a corto plazo, no habrá consecuencias negativas aparentes. Al fin y al cabo, dado que los costes de investigación y desarrollo ya han tenido lugar, a las mismas compañías les interesa vender todo lo posible y plegarse a las condiciones que les imponen. Pero sí que afecta a las estimaciones que se hacen sobre el futuro. Inventar nuevos medicamentos ya no resultará tan rentable, por lo que se invertirá menos, especialmente en los que curen o alivien enfermedades graves, que son los más propicios de verse recortados. Así, mientras se empieza a comercializar Viagra, se reducen el esfuerzo en la investigación de una cura para el SIDA. ¿Para qué investigarlo? Si alguien tiene la mala suerte de encontrar la cura, los gobiernos impulsados por bienhechores como Bono iban a robar su creación. Y ellos, al contrario que U2, no tienen un modo alternativo de cobrar.
 
Que los mayores defensores de los derechos de autor sean al tiempo activistas de izquierda dispuestos a atacar las patentes de los demás, resulta una incongruencia difícil de conciliar. A no ser que tanto una cosa como otra no sean más que expresiones de su interés como clase, tal y como diría Marx. Quien sabe, quizá debamos rescatarlo para algunas cosas.
 
Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano .

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