Colabora
Fernando Díaz Villanueva

Falacias comúnmente aceptadas

Si por algo se caracteriza la izquierda, aparte de por arruinar países al por mayor, es por su ingénita capacidad de propagar mentiras y de crear eslóganes

Hablando el otro día con un amigo se me ocurrió preguntarle directamente y sin rodeos por qué odiaba tanto a los Estados Unidos. Tras la previsible parálisis de sus músculos faciales y de mesarse a conciencia el pelo durante dos o tres minutos me respondió con un eslogan. El mismo se resumía en lo siguiente, “odio a los yanquis porque son unos vaqueros que quieren invadir el mundo”. Después respiró aliviado y me miró con suficiencia, como si hubiese dado con la cuadratura del círculo. Pensé en abandonar la batalla pero como me encontraba descansado y proclive a la discusión le animé a que me diese ejemplos, que me dijese dónde veía él la supuesta invasión del mundo. Como era de esperar, en la recámara tenía preparada la bala de Irak, “mira lo de Irak, están devastando el país para quedarse con su petróleo” barbotó precipitadamente. Acto seguido, y sin dejarme tiempo para reaccionar lo enlazó con otro de los mantras preferidos de la izquierdaza de todos los tiempos, “pero no ves que esto es como lo de Vietnam, los americanos fueron a invadir ese país y salieron escaldados” aseguró arqueando las cejas preso del entusiasmo. “Es la lógica del imperialismo” remató en el clímax esloganesco que se había apoderado de la conversación. Ante rival de semejante altura intelectual terminé mi café y me despedí cortésmente.
 
De camino a casa fui reflexionando sobre el breve pero intenso debate político que había sostenido con mi amigo, reconvertido sin yo saberlo en portavoz oficioso del Foro Social de Porto Alegre, y llegué a la conclusión que la labor de zapa que la izquierda ha llevado a cabo en los últimos años ha conseguido su objetivo. Gente de lo más normal, que su interés por la política no pasa de lo circunstancial está completamente persuadida de unas cuantas consignas tontísimas que, sin embargo, han cosechado un éxito arrollador en el votante medio de un país occidental medio, es decir, en mi amigo. En ello claro está que ha tenido que ver la monstruosa maquinaria propagandística progre, con sus periódicos, sus cadenas de televisión y sus ubicuas campañas. La opinión pública es fácilmente moldeable cuando se cuenta con los medios para ello, no obstante, me pareció que el fenómeno no respondía exclusivamente a eso. Para que se hayan llegado a instalar en las conciencias ideas semejantes no sólo es necesario que sus difusores lo hagan bien sino que sus detractores lo hagan mal, rematadamente mal.
 
Si mucha gente sigue pensando hoy que los Estados Unidos quieren invadir el mundo es porque nadie se ha preocupado de defender lo obvio. Estados Unidos, por ejemplo, no invadió Indochina para convertirla en una colonia, fue en auxilio de Vietnam del Sur porque los comunistas de Vietnam del Norte la habían invadido previamente. Para saber esto sólo hace falta repasar someramente un libro de historia de COU pero como si nada, la falacia permanece intacta y se repite machaconamente hasta que pasa por verdad inmaculada. En lo de Irak la cantidad de mentiras que se han divulgado es tal que haría falta un seminario completo de varios días para rebatirlas una a una. Bush no fue a Irak a por petróleo porque del subsuelo de Irak no se extrae tanto crudo como muchos dicen y porque poner al día sus instalaciones de extracción, transporte y refino va costar un dineral que llevará mucho tiempo amortizar. De hecho, hace año y pico se decía que los americanos habían empezado la guerra para hacer bajar el precio del barril, ahora que el crudo está por las nubes dicen lo contrario, que Bush se enredó en la guerra para que sus amiguetes petroleros se forrasen a costa del Brent a 50 dólares. ¿Hay quien lo entienda? Francamente no, pues bien, a casi nadie se lo he oído decir.
 
Si por algo se caracteriza la izquierda, aparte de por arruinar países al por mayor, es por su ingénita capacidad de propagar mentiras y de crear eslóganes. Esto, que a los que no somos de la secta nos debería poner en guardia, consigue exactamente lo contrario. Los liberales, y no digamos ya los conservadores, nos acobardamos y damos la batalla por perdida sin haberla siquiera empezado. Luego viene el llanto cuando vemos que la sociedad civil está copada y que defender lo elemental se convierte en una tarea ciclópea. Para combatir las andanadas propagandísticas de las gentes de progreso sólo cabe una postura: plantarse, hacer exactamente lo contrario de lo que hice yo la otra tarde con mi errado amigo, es decir, pedir otro café, un par de churritos y armarse de paciencia y buena pedagogía.
 
No sé si a usted, amable lector que ha llegado hasta el final de la columna, le ha servido mi recomendación. A mí, mi reflexión me ha impulsado a llamar a mi amigo, quedar con él en el mismo sitio y retomar nuestra conversación donde la habíamos dejado. Procuraré no olvidar el libro de historia de COU en casa.

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