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Jorge Vilches

El problema Moratinos

El problema Moratinos es la continuación de una política fracasada y unas formas equivocadas, que dejan a España a la deriva en el nuevo orden internacional que se está fraguando

El plan de Moratinos era cambiar el eje de la política exterior española. El europeísmo atlantista de PP debía ser sustituido por el europeísmo franco-alemán y la alianza con el mundo musulmán. El unilateralismo de EEUU tenía que cambiarse por el multilateralismo, en la búsqueda de un nuevo orden mundial, cuyo impulsor había de ser Zapatero. Creían que podían, incluso, ser imitados por los estadounidenses, y que la victoria electoral de John Kerry fuera el resultado de esos nuevos aires surgidos en España el 14-M.
 
El multilateralismo de Moratinos es el propio de un europeísmo que no quiere aspirar a la multipolaridad basada en la fuerza militar, pero que cree que la existencia de una única superpotencia es el mayor peligro para la paz. Y no importa que ésta sea EEUU, aquel país que salvó a Europa de los totalitarismos, y que es la democracia liberal más vieja del planeta. Es ese multilateralismo cuyo único principio es la cesión y el relativismo, de ahí la necesidad de uniformar Europa en la ausencia de principios firmes, como el cristianismo.
 
La cooperación económica y la labor educativa son, para Moratinos y este europeísmo relativista, los grandes instrumentos para ese multilateralismo equidistante entre la superpotencia y el terrorismo internacional. Son los que creen que el terror tiene unas causas estructurales: el hambre, la desigualdad de sexos y la opresión occidental. No importa que estas variables hayan sido descartadas para explicar qué impulsa a los yihadistas, o que las ayudas a los países con gobiernos dictatoriales acaben en la cuenta corriente del tirano de turno.
 
El apoyo a los tradicionales enemigos de EEUU lo imaginan como un modo de debilitar a la superpotencia. Cuba y Venezuela se han de convertir en los mejores amigos, con independencia de que sean dictaduras donde se pisotean los derechos humanos, o que con ello se rompa el consenso de la Unión Europea. Y sus mandatarios son agasajados, reídos y aplaudidos, recibidos como héroes de la libertad y la independencia, y vitoreados por gente que no soportaría ser gobernada por ellos.
 
Pues en nombre de este pensamiento, Moratinos sugirió a Zapatero que ordenara la vuelta urgente de las tropas españolas en Irak. EEUU lo aceptó, disgustado no por la retirada, sino porque la precipitación y la imagen favorecían a los terroristas. Esto dejó en mal lugar al gobierno de España, porque, al mismo tiempo, la delegación de nuestro país en Naciones Unidas votaba una resolución que cobijaba la presencia de las tropas internacionales en Irak. A continuación, Zapatero, embriagado por el planteamiento visionario de Moratinos, invitó en Túnez a todos los aliados de EEUU a abandonarles en plena batalla. A esto le siguieron los desplantes sonados de Bono, del general Sanz y de varios cargos socialistas, así como la explícita e irresponsable apuesta de Zapatero por Kerry.
 
Los desaciertos continúan. Moratinos ha hecho que el gobierno español rompiera su política tradicional con el Sahara, y cediera ante las reclamaciones de Marruecos, advirtiendo en un curso de verano que era preciso llevarse bien con la monarquía alauí para evitar otro 11-M. Meses después regalaba los oídos al Frente Polisario diciendo lo contrario, y logrando la protesta marroquí. En la negociación europea del nuevo Tratado, Moratinos ha permitido que España perdiera representación y fondos de ayuda, sin contraprestación de ningún tipo. A la muerte de Arafat, gran amigo suyo, la nota que él escribió en nombre del gobierno español fue la más condescendiente de toda Europa con el líder palestino, obviando su relación con el terrorismo y consiguiendo la protesta de Israel.
 
Si todo esto es una cadena de despropósitos evidentes, al menos un ministro de Asuntos Exteriores debería ser el modelo de la cautela, de la diplomacia. Pero carece completamente de esas buenas maneras, tan adecuadas en un político. Mientras el Rey intentaba arreglar el entuerto con Bush, Moratinos decía que EEUU y España habían apoyado el golpe de Estado en Venezuela –ese mismo que Felipe González calificó de autogolpe de Chávez; así, a lo Fujimori–, sin que haya podido demostrarlo. Poco después, Moratinos rompía el consenso europeo en torno a Cuba, invitando a Zaldívar a estrechar los lazos con el otro tirano caribeño, y utilizando la falsa liberación de presos políticos.
 
El problema Moratinos es la continuación de una política fracasada y unas formas equivocadas, que dejan a España a la deriva en el nuevo orden internacional que se está fraguando. Desatinos y soberbia es una mala combinación para cualquier política exterior. Por esto, Moratinos no debe dimitir; Zapatero debe esperar a que amaine, y destituirle con cualquier excusa –la paridad de género ministerial, por ejemplo–, para evitar más sonrojos internacionales.

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