José Carlos Rodríguez
Sangre por petróleo
Quizás este escándalo deba servir para replantearse el papel de Naciones Unidas, o su misma existencia
Tras la primera Guerra del Golfo, la ONU puso en marcha el plan Petróleo por Alimentos, que permitiría al régimen iraquí dar salida al petróleo enterrado en el subsuelo e intercambiarlo por ayuda humanitaria, con la pretensión de ayudar al pueblo mientras se impedía que el oro negro sirviera, como en el pasado, para comprar armas de destrucción masiva. Lo que estaba concebido como un plan de ayuda provisional al oprimido pueblo iraquí fue transformado por el secretario general Kofi Annan en una política que se prolongaría por más de una década, y de cuya evolución estaría permanentemente informado. Bajo su dirección saldrían de Irak al menos 17.000 millones de dólares en petróleo. Un flujo de dinero de dimensiones mareantes, del que el pueblo de Irak apenas se ha beneficiado, a diferencia del dictador Sadam Hussein y una cumplida nómina de funcionarios de Naciones Unidas. Un caso de corrupción del que estamos comenzando a saber sus enormes dimensiones. No está de más recordar que todo ello es posible porque el de Irak era un gobierno dictatorial que bajo la férrea dirección de Sadam Hussein había apostado, desde finales de los 70 por el socialismo. Por el control desde el Estado de los recursos del país.
En estos años la brutal represión del régimen iraquí no desapareció. Y no ha hecho falta que Libia presidiera la comisión de Derechos Humanos para que la ONU mirara para otro lado. Este negocio fenomenal se detuvo con la intervención de las fuerzas aliadas contra el régimen de Irak. A la luz de todo este escándalo, la postura de Naciones Unidas frente a la Guerra de Irak adquiere un significado muy distinto. Annan ha defendido que, pese a las advertencias de la Resolución 1441 por el Consejo de Seguridad, la intervención en ese país por los aliados era ilegal. Y ha hecho lo que estaba en su mano para evitar una guerra que ha acabado, al mismo tiempo, con el dictador iraquí y con el fabuloso plan petróleo por alimentos. ¿Qué pesaba más en la conciencia del secretario general de la ONU? ¿Su interpretación de la legalidad internacional o la continuación de un caso de corrupción que se ha estado manteniendo bajo su directa y estrecha vigilancia? Millones de personas que protestaron contra la guerra de Irak gritaban indignados no más sangre por petróleo. Deberían de llenar de nuevo las calles para gritar lo mismo, pero ante las delegaciones de Naciones Unidas. Durante largos años confluyeron el corrupto plan de la ONU y las represiones del régimen iraquí, en lo que, vista la postura de la ONU ante la guerra, no puede ser entendido como simple conciencia. El plan podría haberse denominado impunidad por petróleo.
Por si todo ello no fuera suficiente, hoy sabemos que parte del dinero del plan de Naciones Unidas se ha destinado a las familias de algunos terroristas palestinos. No puede extrañar que la ONU se haya negado a colaborar con la comisión del Congreso de los Estados Unidos que investiga el caso. Si al ciudadano de a pie le asusta pensar en los usos que se haya dado a los fondos del plan, lo que tienen que sentir algunos funcionarios de Naciones Unidas con la posibilidad de que se conozcan es auténtico pavor.
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