José Carlos Rodríguez
Kerry se presenta a América
El Partido Demócrata ha cerrado su convención, celebrada en la tierra donde su nuevo líder, John F. Kerry, ha forjado su carrera política, Boston. Ha sido distinta a las anteriores por varios motivos, el primero de los cuales es el sentimiento predominante no es en esta ocasión la solidaridad con el líder, que tampoco ha faltado, sino el odio. El que sienten las bases de ese partido, como parte de la sociedad estadounidense, por el actual Presidente. Ese sentimiento ha unido a los demócratas de un modo inédito.
Las encuestas muestran que a los americanos no les gusta el camino que está siguiendo el país. Pero también dicen que George W. Bush es mejor líder que John Kerry con una diferencia de diez puntos, pese a que las encuestas del día antes de la convención mostraban un estricto empate entre las preferencias de voto al 46%. Por tanto, se decía desde el partido demócrata y se repetía en los medios, el objetivo del evento era olvidar el factor odio y dar a conocer a Kerry, mostrar que es capaz de guiar al país mejor que lo que lo está haciendo el actual inquilino de la Casa Blanca. No obstante ha habido bastante de lo primero, especialmente en los dos primeros días de la convención, con actuaciones como las del reverendo Al Sharpton. La prueba es que una de las estrellas de la convención ha sido Michael Moore, que allá donde se desplazara iba rodeado de un enjambre de seguidores. El propio Kerry hizo una referencia velada a Fahrenheit 9/11 cuando dijo que su política de petróleo no consistiría en mirar a la familia real saudí.
Pero el objetivo era elevar la figura de John Kerry y presentarle ante los estadounidenses como candidato alternativo y no se ha conseguido sino en parte. Kerry ha pasado con holgura el examen, en un discurso de casi una hora en el que ha estado personalmente brillante y convincente. El problema es que sigue sin tener un mensaje alternativo claro con el que convencer. Quizás el motivo sea otra de las anomalías de la convención, que es de la propia campaña; el líder demócrata enhebró un discurso que hizo mucha incidencia en valores típicamente republicanos, como patriotismo, unidad, fe u optimismo. Sus primeras palabras fueron para decir que quiere un país “fuerte en casa y respetado en el exterior”; prometió un aumento del gasto militar que mejorara el arsenal y la equipación del ejército y una recuperación del multilateralismo (algo contradictoria, ya que los países opuestos a la coalición eran muchos menos que los que la formaban). Un discurso fuerte en el exterior al que se atrevió el mismo Edwards, elegido por Kerry como contrapeso para el discurso demagógico en cuestiones domésticas.
Ello no quiere decir que el propio Kerry no tenga propuestas propias absolutamente demagógicas. Ha llamado a acabar con los recortes de impuestos de George W. Bush que según dice han afectado tan solo a las mayores fortunas, lo que es rotundamente falso. De modo que lo que ha propuesto es rebajar aún más los impuestos a la clase media y subírselos a los más ricos, y con el dinero que recaude de más pagar la completa socialización de la sanidad estadounidense. El plan es tan falaz que incluso el New York Times no se lo ha tomado muy en serio y deberá tener cuidado con ese mensaje, ya que es prácticamente imposible ganar unas elecciones prometiendo más y no menos impuestos. El resto de su programa económico no es mucho mejor. Si bien el actual Presidente es poco favorable al libre comercio internacional, el cambio de nombre en el Despacho Oval sería más dañino para el comercio, y con él para la economía estadounidense y mundial. Kerry no se había mostrado contrario al libre intercambio internacional, pero los sindicatos tienen un enorme poder en el partido demócrata y el fenómeno de la relocalización les sirve de renovada excusa para justificar el proteccionismo.
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