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José Carlos Rodríguez

Bush II no es Reagan II

El viernes fue el último de tres días consecutivos de celebraciones en recuerdo del Presidente Ronald Reagan, incluido un funeral de Estado. Es la primera vez que se hace desde la muerte violenta de John F. Kennedy, hace 31 años. Los dos sintieron el impacto de las balas durante su presidencia, los dos rebajaron los impuestos e iniciaron una época de prosperidad, y los dos supieron transmitir a su pueblo un renovado sentimiento. En el caso de Kennedy, la esperanza. En el de Reagan, el optimismo y la confianza en el futuro del país. Pero hoy las comparaciones del recientemente finado Presidente no se hacen con Kennedy, sino con quien ocupa en estos momentos el Despacho Oval.
 
Las semejanzas son evidentes. Más allá del hecho de que sean del mismo partido, ambos coinciden en la rebaja de impuestos, el aumento del gasto público, el consiguiente aumento del déficit y en su posición fuerte en relaciones exteriores. Incluso se acercan en el lenguaje, ya que Reagan llamó a la URSS el “imperio del mal” y George W. Bush a la red internacional terrorista el “eje del mal”. Reagan siempre se fijó en las cuestiones más importantes, sobre las que elaboraba con eficacia sus mensajes, estilo que explícitamente ha seguido Bush. El actual Presidente se está intentando beneficiar de estas similitudes, y hace bien porque mientras que las encuestas muestran una aprobación de las políticas de Reagan de entre el 60% y el 70%, los números de George W. Bush son mucho más magros y está en desventaja en las encuestas frente al líder demócrata, John F. Kerry. Por de pronto, y sin que su oficina haya intervenido en ello, el país se ha impregnado de algo del optimismo que trajo Ronald Reagan en estos días de recuerdo de su figura. También se han recuperado los sentimientos de patriotismo y unidad, y ello en un momento de profunda división en la opinión pública sobre la figura del actual Presidente.
 
Pero las similitudes entre ambos presidentes no pueden ocultar grandes y decisivas diferencias. Reagan llegó al poder diciendo “el Gobierno no es la solución. El Gobierno es el problema”. Y su programa pasaba por la reducción del peso del Estado en la economía, pese a que al final de su mandato el gasto público hubiera crecido. Bush no tiene esa retórica; define su filosofía como “conservadurismo compasivo”, que inspirado por los neoconservadores cree en la potenciación de la Seguridad Social y los programas de sanidad pública, aunque considere negativos otros programas de transferencias de rentas. De hecho ha pactado con Ted Kennedy reformas de la sanidad y de la educación que aumentan el papel estatal en los dos ámbitos. En los tres primeros años en el cargo Bush ha aumentado el gasto federal en un 15,6% (por el 6,8% en los tres años de la Administración Reagan), que ha pasado del 18,4% al 19,9% del PIB. Y solo la mitad de ese incremento se puede achacar a la “guerra contra el terrorismo”. Reagan redujo el gasto no relacionado con la defensa en un 13,5%, mientras que Bush lo ha aumentado en un 20,8%. Si bien el primero utilizó el veto sobre programas de gasto en 22 ocasiones en sus tres primeros años, el último está por estrenar. Y eso que Reagan tuvo que lidiar con un Senado controlado por los demócratas, mientras que Bush cuenta con una mayoría de su propio partido, un caso excepcional en el Siglo XX.
 
Otro aspecto de la influencia de los neconservadores en la actual Administración, más conocida, es el que hace referencia a la política exterior. Ronald Reagan se enfrentó a un poder centralizado, sostenido sobre un poderoso poder estatal, que si bien pudo mantener el control político y económico de sus pueblos, por otro lado era el origen, como habían demostrado Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek, de unas ineficiencias y descoordinaciones insalvables. El oso ruso, como comprendió perfectamente Ronald Reagan, estaba enfermo. Le atacó en su punto más débil, y le venció. Bush ha llegado al poder terminada la Guerra Fría. Ya no se enfrenta a un Imperio, sino a un Eje del Mal más complejo, disperso, sin una base territorial clara, sin ejército regular, sin sometimiento a ninguna norma. Y además se puede beneficiar de las ventajas de las sociedades libres. Por ese motivo la labor a la que se enfrenta George W. Bush es mucho más compleja. Ha combatido al terrorismo en Afganistán e Irak con los métodos de la guerra convencional, con éxito, pero por la naturaleza del problema nunca habrá una victoria definitiva.
 
Volviendo al aspecto económico, lo más significativo de la diferencia entre ambos Presidentes es que Ronald Reagan revolucionó la política, dándole fuerza a la idea de que el Estado había llegado demasiado lejos, y que habría de ser corregido y reducido. Su legado se extendió doce años después de su presidencia, con las de George W. H. Bush y luego con la de Bill Clinton. Ha sido precisamente el actual Presidente quien ha acabado con ese aspecto del legado de Ronald Reagan.

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