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Juan Carlos Girauta

El rapto de Europa

En Cannes nunca hubiera triunfado una película dedicada a denunciar las estrechas relaciones entre Sadam y Chirac, que a fin de cuentas estaba más cerca que Bush de los entusiastas que aplaudieron a rabiar el producto del nuevo apóstol de la izquierda. En París, donde lleva la esposa de Arafat una vida de lujo con el dinero que le regalamos los europeos al líder de las brigadas de los mártires de Al Aqsa. El París que gusta de acoger a tiranos comeniños del África. El París donde aprobaba las ejecuciones de los miembros del FLN argelino el entonces ministro de Justicia Mitterrand, el mismo que, siendo presidente, decidió la muerte de varios activistas de Greenpeace. El París donde se arrojaba de noche al Sena a los magrebíes que cazaban los gendarmes. Tierra de libertad.
 
Los que se dejaron las manos aplaudiendo el documental de Michael Moore representan, mal que nos pese, a la opinión pública europea, o al menos a la parte que más se oye. Es una lástima que la Europa de la abundancia, que se cree estupenda porque tiene en casa cubos de basura de varios colores y compra ladrillos de Saramago, no disponga ahora mismo de más imágenes del horror que las de las soldados americanas vejando cadáveres e inertes cuerpos desnudos de encapuchados. EEUU haría bien en sacar a la luz de una vez la sangre del 11-S. El mundo tiene derecho a ver –también– los cadáveres de Nueva York, la carne quemada, los miembros mutilados. Y las amputaciones de iraquíes a las que se refiere el extraordinario artículo de Daniel Henninger. Pero que sea en las portadas de los diarios, en los informativos de televisión del mediodía.
 
No creo que Sadam, responsable del exterminio de pueblos indefensos y de incontables torturas y asesinatos, en muchos casos con sus propias manos, haya dejado muchas fotografías de las sesiones del horror. Pintores hiperrealistas deberían recrearlas. Esta Europa que consagra sus escasas energías vitales a abominar de sí misma está perdiendo el sentido de la realidad y ha llegado a creer que, odiada y amenazada por tantos, no sólo no necesita defenderse sino que debe autoinculparse. Entregados a cualquier lógica siempre que ataque nuestros intereses, huérfanos de conocimientos históricos, respondemos ya sólo a las fotografías.
 
Las atrocidades propias sólo las juzgan y castigan los sistema democráticos, de acuerdo con los valores que defiende la coalición que acabamos de abandonar. En el Irak de Sadam y en el Afganistán de los talibanes, los dos regímenes que Bush decidió derrocar tras el 11-S, se torturaba y asesinaba sin tregua. Sin opinión pública, sin fotos, y sin el rechazo de la gente guapa de Cannes. Y sin ninguna posibilidad de juicio y de castigo.
 

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