Juan Carlos Girauta
Las cosas, claras
Creía Aznar que marcharse dejando una población ocupada de diecisiete millones de personas era suficiente para revalidar holgadamente la confianza en su formación. Vanamente insiste Rato en que el número de trabajadores se había mantenido estancado durante dos décadas en torno a los doce millones y medio, hasta que ellos llegaron. Pero reducir la tasa de paro a menos de la mitad, contradiciendo a tanto ilustre catedrático de economía como enseñó y publicó que nuestro desempleo era estructural, o sacar a la Seguridad Social de la quiebra técnica y marcharse garantizando las pensiones futuras con un fondo de trece mil millones de euros, ¿qué es al lado de la canallada del Prestige?
A un gobierno de izquierdas no se le habría hundido un petrolero junto a la costa. Ejem, bueno, alguno sí que se hundió, pero al menos un ministro socialista no habría dicho que las playas estaban esplendorosas, ni confundiría Honduras con El Salvador, ni le daría un euro a una periodista. Cuando gobernaba González, el mejor estadista del siglo XX, nadie se equivocaba de país. Los GAL que visitaban Francia, por ejemplo, no creían estar en España. Tampoco se le daba calderilla a la prensa. Se la agasajaba y se la orientaba con una aleccionadora política de inserciones publicitarias. Eso sí, el enemigo recalcitrante podía encontrarse un cámara en el armario. ¡Y qué contentos estaban los corresponsales extranjeros!
Astutamente, los populares acabaron con la mili obligatoria para que sólo pudieran visitar Irak los militares profesionales. Las repetidas bajadas de impuestos han dejado 23.000 millones de euros en manos de los contribuyentes, propiciando una orgía consumista, insolidaria y ostentosa. Para más inri, han impedido que las PYMES, y más de dos millones de autónomos, paguen el IAE, que era un gravamen muy sencillo porque no dependía de los ingresos. La entrega y el sacrificio del PSOE los ilustra la deuda pública en que tuvieron que incurrir (53’4 % del PIB). Estos la han reducido en diez puntos, empeñados en sanear las cuentas públicas y evitar el déficit. Son unos fundamentalistas.
Lo peor ha sido su anticatalanismo, palmario en la crispación de Michavila. ¡Qué pesado con las negociaciones de Perpiñán! ¿Es que no agradecen la buena voluntad? Han intentado disfrazar su inquina doblando durante estos años las inversiones en Cataluña y sosteniendo a Pujol durante dos legislaturas, pero Cataluña no traga, y pagarán con la eterna exclusión, como acordó el tripartito.
Lo peor ha sido la estrecha relación de Aznar con Bush, rayana en la amistad. Todo el mundo sabe que Bush es tonto, por eso lo votan los americanos, que carecen de luces. Este error a la hora de escoger amistades nos ha indispuesto con lo mejor de la política internacional: Chirac, Castro, Schroeder, Chávez. Al pobre Arafat, sufrido pacifista, ha habido que ir a demostrarle que los españoles estamos con él. Si no fuera por nuestros artistas, qué imagen daríamos al mundo.
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