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Jorge Vilches

La sonrisa catalana de Rajoy

No hay que engañarse, el PSOE hablará de victoria con tan sólo mejorar los resultados de Almunia del año 2000. Zapatero deshará con ello las aspiraciones de Bono, que espera sentado ver pasar el cadáver electoral de su secretario general, y, además, le dará la autoridad interna que otorga la posibilidad creíble de llegar al poder en 2008. Serán cuatro años que permitirán a Zapatero cambiar los cuadros internos, perfilar un programa político y mejorar su imagen de hombre de Estado. Cuestiones que están hasta ahora en suspenso.
 
En consecuencia, a Rajoy no le bastará con 176 escaños; necesitará el apoyo de otro grupo parlamentario, al menos, si quiere dar estabilidad a su Gobierno, evitar la imagen de soledad y afrontar los ataques de una oposición presumiblemente crecida. Rajoy debe buscar algo más que un apoyo en su investidura. Tiene que llegar a un acuerdo de gobierno con los únicos dos grupos afines que existen en el Congreso: Coalición Canaria y CiU. La alianza con dos grupos evitará la dependencia excesiva de uno de ellos, máxime si el PP roza la mayoría absoluta.
 
El acuerdo con CiU será, sin duda, un paseo por los campos del autogobierno. Sin embargo, no habrá un calendario inmediato para un nuevo Estatuto de Autonomía, por la sencilla razón de que CiU no querrá verse en Cataluña patrocinando una reforma que sólo capitalizarán los miembros de la Generalitat tripartita. El plazo para un nuevo Estatuto catalán será el de cuatro años, cuando CiU se presente con esta bandera a las elecciones autonómicas: “el Estatuto posible”.
 
Será el momento, por tanto, de que el centro-derecha llegue a un acuerdo, que obligará al PP a comprometerse a una reforma estatutaria general y, por el lado de CiU, a la aceptación de una cartera en el Gobierno y a un cambio de postura respecto a los populares de Piqué. Este paso beneficiaría a una Convergencia que necesita detener en algún momento su caída libre electoral. Y para ello requiere otra imagen, otra política y otro discurso. Es más, debe comprender que no es un partido como el PNV, y que ERC no es Eusko Alkartasuna, pues EA es unidimensional, se mueve en la variable nacionalista, y jamás contemplaría la posibilidad de gobernar con el PSE sin la presencia del PNV. ERC, en cambio, es bidimensional, no tiene aparentes reparos para pactar con los nacionalistas o con los socialistas, de los que nutre, al tiempo, su cuenta electoral. La solución de CiU no es radicalizar su nacionalismo intentado separar a ERC de Maragall, sino en mostrarse como una opción útil para Cataluña en el gobierno de España.
 
El coste para el PP será grande si pacta con CiU una reforma del Estatuto sin contar con el resto de grupos políticos. No sólo quebraría su discurso conservador, legítimo, justificado y bien construido, sino que crearía un agravio comparativo de difícil resolución. El coste electoral sería terrible, y la oposición bramaría, con razón o sin ella. Sería un error, por tanto, que un futuro Gobierno abordara la reforma estatutaria sin tener en cuenta al otro gran partido. Vamos abocados así, a medio plazo, y sin remedio, a un nuevo Estado de las Autonomías.
 
Las encuestas que hasta ahora se han publicado, con ligeras variaciones, están mostrando lo que se veía venir: retroceso del PP, bordeando la mayoría absoluta, y un avance del PSOE. Si bien está demostrado que existe un tipo de elector que oculta su voto al Gobierno, también lo es que esto se compensa por el coste de la marcha de Aznar. Es el caso de las elecciones autonómicas madrileñas de 2003: tras ocho años de aceptable gobierno de Ruiz Gallardón y de infumable oposición, perdió Esperanza Aguirre.
 
Jenofonte escribió en La educación de Ciro que “es posible que los dioses, al igual que los hombres, sean más propensos a inclinarse hacia nosotros si les hacemos caso en el momento culminante de nuestra fortuna en lugar de adularlos únicamente en la adversidad. Éste también es el modo de cuidar de los amigos”. El hombre de Estado, como Ciro, debe mirar más allá de la inmediatez del día siguiente a la victoria electoral y procurar las bases para el buen gobierno futuro. Se trata de convertir, en la medida de lo posible y dentro del interés común, en amigos a los adversarios.

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