Chávez y Sadam Husein
Banderas de Irak han aparecido en Caracas en manifestaciones y actos públicos. No las enarbolan pacifistas convencidos –de esos que en cualquier lugar del mundo repudian por principio todas las guerras– ni miembros de alguna colonia árabe que viva en nuestro suelo. Los que agitan esos símbolos son venezolanos que defienden a Saddam Hussein y a su régimen, que se sienten identificados con su modo de gobernar y sus objetivos políticos. Ellos son los mismos partidarios de Chávez que suelen disolver actos de la oposición, a veces a balazos, con el apoyo de la policía política y de ciertas alcaldías, los llamados “círculos bolivarianos” que ha organizado directamente Diosdado Cabello, actual ministro de infraestructura y ex ministro del interior.
El hecho muestra una coincidencia de actitudes y de valores políticos que el propio presidente se ha encargado de destacar. En el régimen iraquí Chávez encuentra tal vez la mejor expresión de lo que él quiere para Venezuela, un sistema de gobierno dictatorial, apoyado en el ejército, pero que recurre a comandos y organizaciones paramilitares para aterrorizar a su propia población; un régimen benevolente frente a los terroristas de todo el mundo, que sataniza a los Estados Unidos, que posee una economía dirigida y controlada por el estado; un sistema, en fin, donde las elecciones se ganan no ya por el 99,99% de los votos, como en los antiguos países comunistas del este, sino por un todavía más impúdico y directo 100%. Cuando Chávez visitó Irak hace un par de años y viajó en el propio automóvil del dictador árabe se convirtió en el primer mandatario en visitar a ese régimen proscrito, mostrando una identidad de propósitos que no puede ser disimulada. Como dice el periodista Orlando Urdaneta: “Saddam Hussein no sube a cualquiera en su Mercedes Benz”, recordando a Hussein al volante y Chávez a su lado, de paseo por Bagdad.
Mientras la guerra prosigue su sangriento curso en el Medio Oriente aquí, en pleno Occidente, el gobierno venezolano realiza acciones en la retaguardia que pueden llegar a tener importancia internacional. No sólo se ha negado a calificar como terroristas a las guerrillas colombianas de las FARC y el ELN –prestándoles asistencia encubierta en múltiples formas–, sino que ya ha comenzado a organizar sus propios contingentes guerrilleros. El periodista Roberto Giusti ha denunciado esta semana que el FBL (Fuerzas Bolivarianas de Liberación) agrupa ahora a más de 1.000 irregulares dotados con armas modernas que actúan en al menos tres estados venezolanos y controlan una superficie de unos 60.000 kilómetros cuadrados.
En tanto los partidarios de Chávez se organizan de este modo, el gobierno ha cesado la entrega de dólares que tiene represados en el Banco Central con el claro fin –abiertamente reconocido por el presidente– de castigar a los empresarios venezolanos que él califica como golpistas y que organizaron junto a otros muchos sectores, a fines del año pasado, un inmenso Paro Cívico que detuvo a Venezuela por casi dos meses.
Pero todo esto se hace, insidiosamente, tratando de mantener una fachada de aparente legalidad que confunde, como es natural, a muchos observadores extranjeros mal informados. El gobierno parece aceptar la oposición interna, aunque trata de destruirla de modo encubierto, y afirma que respetará la constitución al pie de la letra, a pesar de interferir en todo lo que puede para que no se desarrollen las consultas electorales que ésta permite realizar para revocar el mandato del presidente y de otros importantes cargos.
Venezuela, por obra de este singular caudillo, va aproximándose así peligrosamente al candente foco de los conflictos internacionales de hoy. Nos aguardan meses peligrosos, conflictivos, en los que se tratará de imponer una dictadura proclive al terrorismo y a la confrontación. Sólo nos resta aguardar que la derrota de Saddam Hussein nos sirva para debilitar el poder de quienes quieren ser sus émulos en este rincón del mundo.
Carlos Sabino es corresponsal de la agencia © AIPE en Caracas.
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