Rachel Carlson o el triunfo de la Malaria
Recientemente se ha reeditado una de las biblias del ecologismo: Primavera Silenciosa de Rachel Carlson (Editorial Debate).
En este libro de 1962, Carlson advertía del desastre ecológico que producirían la lluvia ácida y el DDT, al que culpaba de estar matando a los halcones y otras aves. Gracias a sus recomendaciones, la Agencia de Protección Medioambiental de los EEUU prohibía el DDT.
El mensaje apocalíptico de Carlson caló hondo no sólo en EEUU sino también en Europa, donde quizá párrafos como este convirtieron a muchos al ecologismo: “Algún hechizo malévolo se había asentado en la comunidad. Misteriosas enfermedades habían barrido con bandadas de gallinas. El ganado y las ovejas se enfermaban y morían. Por todos lados se extendía la sombra de la muerte. Los granjeros hablaban de muchas enfermedades entre sus familias(...) En los desagües, bajo los aleros de los techos, se podía ver que un blanco polvo granular formaba todavía algunos machones; algunas semanas antes había caído como nieve sobre los techos y los jardines, los campos y los arroyos”. El polvo blanco era el DDT.
Según Mónica Fernández-Aceytuno en el semanal de ABC, “Rachel Carlson nos regaló verdaderas maravillas con sus primeros trabajos, y expresó como nadie el desastre de la contaminación en los últimos. Y, sin embargo, aún hoy veo caer, como la nieve, venenos por los campos. No queda más remedio que seguir contando la belleza de la vida”.
Preciosas palabras que obvian las desastrosas consecuencias que las ideas de Carlson han engendrado. Veámoslas. La prohibición del DDT en 1972 en los Estados Unidos provocó una reducción de la producción mundial de DDT y un desabastecimiento en los países del tercer mundo. Hoy por hoy, al menos de 1 a 2 millones de personas continúan muriendo de Malaria cada año. Se han perdido de 30 a 60 millones de vidas desde entonces. Conviene recordar que sólo el DDT podía frenar el avance de la malaria por su efectividad y bajo coste, resultando valiosísimo en los países más pobres del planeta. Carlson debió quedarse muy satisfecha alarmando de un peligro inexistente y que nunca probó científicamente.
La inconsistencia de sus argumentos queda probada cuando se cuenta que, por ejemplo, el ingeniero Joseph Jacobs, quien durante la Segunda Guerra Mundial se encargó de la producción industrial del DDT, fue cubierto de dicho producto al reventar las válvulas de las máquinas que lo producían. Más de 500 libras de DDT sobre Jacobs no tuvieron ninguna repercusión en su salud. Pero gracias a este hombre, subraya Carlos Ball, 5.000 soldados americanos se libraron de contraer la fiebre tifoidea. Como diría el entomólogo de UCLA, Walter Ebeling, “ningún otro compuesto, ni siquiera la penicilina, ha salvado tantas vidas”. En el año 2000, la Organización Mundial de la Salud publicaba un texto en el que se expresaba “la profunda preocupación de los estados miembros (aquellos que participaban en el evento) por las posibles repercusiones económicas y sobre la salud de cualquier restricción al uso del DDT para controlar la malaria”. Y es se han producido rebrotes de malaria en Corea, Armenia, Azerbaiján, Tajikistan, Sri Lanka etc. Con el uso del DDT en Sri Lanka se pasó de 2,8 millones de casos de malaria y 7.300 muertes a 17 casos anuales y ningún muerto. Cuando se dejó de emplear, en 1961, la malaria aumentó a 500.000 casos en 1969.
Por otra parte, la insistencia de Carlson en que “todo ser humano tiene contacto con sustancias peligrosas desde la concepción hasta la muerte” le impidió señalar que la inmensa mayoría de las sustancias a las que estamos expuestos son naturales y cualquier sustancias es peligrosa cuando rebasa cierta cantidad, tal y como cancerólogos de la talla de Bruce Ames y Lois Gold han observado. Según estos expertos hasta el 99,99% de los plaguicidas que ingerimos son sustancias que las plantas contienen de manera natural para protegerse contra los insectos y otros depredadores. Por ejemplo, el pan blanco contiene furfural y muchas verduras ácido cafeico, elementos cancerígenos naturales. No obstante, no vamos a dejar de ingerir estos alimentos, ya que como aseguran estos expertos, “las enzimas defensivas del organismo humano son tan eficaces contra los productos químicos naturales como contra los sintéticos”.
En cuanto al problema del aumento del cáncer en los seres humanos debida, según Carlson al DDT y otros pesticidas, Ames indica que ha descendido la incidencia de los diversos tipos de cánceres ostensiblemente mientras que sólo los cánceres relacionados con el tabaquismo han experimentado un incremento. En 1996, la revista Scientific American publicaba que de todas las muertes de cáncer en Estados Unidos, sólo alrededor del dos por ciento son atribuibles a la contaminación. Como subraya Ronald Bailey, experto en temas medioambientales, “la falta de ejercicio produce más casos de la enfermedad”.
Mientras que haya personas que jaleen teorías erróneas y con consecuencias mortales como las de Carlson, la humanidad está en peligro. El ecologismo ha sido y sigue siendo culpable de inventar males y de exagerar otros acientíficamente.
Desgraciadamente, todavía los libros de Julian Simon, Bjorn Lomborg, Fred Singer y Patrick Michaels no son bestsellers como Primavera Silenciosa (con la excepción de The Skeptical Enviromentalist de Lomborg, cuyo éxito de ventas está superando las expectativas). La prueba es que la malaria continúa siendo una de las principales causas de mortalidad en el mundo.
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