La mafia chechena
Los atentados del 11 de septiembre y las revelaciones posteriores sobre el complot islamista internacional han cambiado la actitud de la opinión pública europea hacia el conflicto checheno. Sean como sean el gobierno ruso y su presidente, su guerra en el Cáucaso del Norte es un frente abierto contra Al Qaeda y la paranoica “yihad” universal. Los rusos se oponen a la ofensiva del integrismo internacional, cumplen su misión en la lucha contra el terrorismo y merecen, por lo menos, respeto por este aporte a la causa común.
Recordamos todo esto porque acabamos de leer en un importante periódico de difusión nacional un reportaje solidario con los chechenos. No, por supuesto, no ha sido un elogio abierto al terrorismo, sino una descripción de las “calamidades” que presuntamente pasan los chechenos residentes en Moscú. Es una pena que hablando de este tema tan “emotivo”, la autora del artículo ni se molestara en mencionar un fenómeno que conoce cualquiera que esté más o menos informado sobre la situación en Rusia. Se trata de la tristemente célebre mafia chechena. Esta última sí es el símbolo de la diaspora chechena en la capital. De tal punto que uno de los pocos intelectuales chechenos titulaba su artículo en la prensa rusa escribiendo con amargura hace unos años: “Los chechenos no somos una nación, somos una mafia”. En cuanto a las calamidades que pasan los representantes honrados de este pueblo son las mismas que sufren el 90% de los rusos tras las criminales “reformas” del presidente Yeltsin de los 90. Por cierto, “reformas”, elogiadas en su día por el mismo periódico.
La mafia no está relacionada con la guerrilla, ni con el islamismo checheno. Su único Dios es el dinero. Apareció en la capital rusa a principios de los 80 dedicándose a la reventa de coches robados. Subió considerablemente con la “perestroika” gorbachoviana para convertirse en una estructura delictiva dominante en la capital rusa a principios de los noventa. Las persecuciones por parte de las fuerzas del orden y, sobre todo, los ataques que sufrió de las mafias rusas eslavas en la lucha por repartirse la “influencia” en la capital, le obligaron a retroceder a mediados del decenio pasado. Una parte de los mafiosos trasladó sus actividades a ciudades provinciales rusas o al exterior del país; otra, relacionada con el poder ruso, se dedicó a los negocios más legales.
El padrino de la mafia chechena en Moscú hasta el año 95 fue un tal Nikolay Suleiménov, alias Hozá. Su banda contaba con más de mil hombres fuertemente armados que extorsionaban a vendedores de los mercados de comestibles, “controlaban” la venta de coches, el pequeño comercio en los barrios céntricos de la capital, el narcotráfico, la venta de armas y la prostitución. Cuando otros capos del mundo del crimen moscovita invitaron a Hozá en 1988 a repartir las “esferas de influencia”, se negó rotundamente diciendo que siempre sería capaz de quedarse con lo que le diera la gana. Luego participó en la guerra contra los islamistas en las filas de la guerrilla prorusa. Fue herido y regresó a Moscú donde pereció en la reyerta con otras mafias.
Es curioso que los mafiosos chechenos participaran en la intentona comunista de octubre de 1993. Armados con “kaláshnikov” acudieron a la sede del parlamento rebelde para apoyar a su paisano, Ruslán Hazbulátov, presidente de la cámara. No les importaba la ideología del levantamiento sino la personalidad de Hazbulátov que les ayudaba en muchas ocasiones a eludir la persecución policial. El entonces presidente Yeltsin no les perdonó a los chechenos este apoyo.
Hoy en día, la mafia chechena “controla” en Moscú 34 bancos y 62 empresas, especialmente relacionadas con la venta de materia prima, incluso petróleo, así como, armas. En la capital se concentra la quinta parte de la población chechena, o sea, unos 200.000 del total de un millón de personas. Tienen también grandes “negocios” de carácter mafioso en Polonia y Chequia, donde practican la extorsión a empresarios.
En Marbella vive un checheno llamado Aleks, es un hombre agradable y tiene muchas relaciones con varias comunidades extranjeras, especialmente la alemana, ya que una de sus múltiples empresas edita una revista publicitaria en alemán. A los rusos les dice que representa en España al gran hotel moscovita “Rusia”, que da a la mismísima Plaza Roja y está a unos 200 metros del Kremlin. Lo dice con tanto orgullo como si fuese embajador de un país soberano. Al escuchar esto, los rusos prefieren no ver nunca más a Aleks. Y es que el hotel “Rusia” es la sede de uno de los principales clanes mafiosos chechenos en Moscú.
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