Los cincuenta años de burla a la revolución que derrocó a Fulgencio Batista han culminado con la institución encubierta de la monarquía menos seria que se ha visto en los últimos años. Fidel Castro, el monstruo de Birán, culmina su trayectoria política a los casi 85 años entregando el relevo, tal que primer secretario del Partido Comunista de Cuba, a su hermano Raúl de casi 80. Como se puede comprobar, toda una declaración de intenciones reformistas y aperturistas. Castro, porque pensaba que se moría, renunció en 2005 a la presidencia del Congreso, del Gobierno y de las Fuerzas Armadas, y por fin seis años después lo ha hecho al puesto de comunista mayor.
Conversaba hoy con mi amigo y compañero, el exiliado cubano José Luis García Paneque, acerca de las dificultades que puede entrañar para el Gobierno comunista de Fidel y sucesor el mantener la dictadura en Cuba. La realidad que ha llevado el socialismo real a la isla ha sido pasar de un nivel de desarrollo comparable a Texas o a Argentina a finales de los años cincuenta a haberse convertido en una de las zonas más pobres y con menos recursos del mundo hispano americano. Una cosa sí ha cumplido el socialismo en Cuba, como en todos los países donde se ha implantado: ha repartido igualitariamente y de forma sistemática pobreza para casi todos. En el casi entran los camaradas que ostentan los puestos destacados del partido, y estos no están especialmente afectados por la pandémica miseria galopante que asola al pueblo cubano.
La revolución ha anestesiado al pueblo, lo ha adormecido; un problema que tendrán los ciudadanos cubanos será recuperar la cultura del trabajo y del esfuerzo, tras la caída de los Castro. Hoy en Cuba cualquier ciudadano que intente mejorar su posición realizando las pocas actividades económicas que se pueden desempeñar al margen del control del Estado es susceptible de ser denunciado al CDR (Comité de Defensa de la Revolución) y padecer un brutal saqueo en su vivienda en cualquier momento. En Cuba, como muy bien señala Paneque, el cubano hace como que trabaja y el Gobierno hace como que le paga. Un reflejo perfecto de una realidad muy triste y complicada.
La monarquía necesita un delfín, pero, como Saturno, el régimen socialista de Castro ha ido devorando a sus propios hijos, así fueron Huber Matos y Camilo Cienfuegos los primeros en caer, desde entonces cualquier miembro de la revolución, o del partido, sospechoso de no mantener adhesión inquebrantable al caudillo Castro ha sido sistemáticamente depurado. Los últimos quizá hayan sido Carlos Lage o Felipe Pérez Roque, quienes han sido apartados por hiperlealtad dudosa. Sólo falta pues el heredero: se han perdido dos generaciones, así que tendrá que salir de la tercera. Ni Ramiro Valdés, el ideólogo áulico, ni Marino Murillo, superministro con mando en plaza, tienen sangre de Castro. Veremos cómo tras el verano comienzan las maniobras para ir alzando a algún vástago de los tiranos para tratar de perpetuar la monarquía castrobananera.